La Iglesia Católica inventó el Infierno y también inventó al Diablo.
El Antiguo Testamento no mencionaba esa parrilla perpetua, ni aparecía en sus páginas este monstruo que huele a azufre, usa tridente y tiene cuernos y rabo, garras y pezuñas, patas de chivo y alas de dragón.
Pero la Iglesia se preguntó: ¿Qué será de la recompensa sin el castigo? ¿Qué será de la obediencia sin el miedo?
Y se preguntó: ¿Qué será de Dios sin el Diablo? ¿Qué será del Bien sin el Mal?
Y la Iglesia comprobó que la amenaza del Infierno es más eficaz que la promesa del Cielo, y desde entonces sus doctores y santos padres nos aterrorizan anunciándonos el suplicio del fuego en los abismos donde reina el Maligno.
En el año 2007, el papa Benedicto XVI lo confirmo:
-Hay Infierno. Y es eterno.
(Texto de Eduardo Galeano, Espejos, 2008).
En algún lugar hermético, en el intrincado laberinto forjado en el núcleo de la camarilla que mal gobierna este municipio, se hilvanan estrategias que, de tan malas, son previsibles. Utilizan todo tipo de argumentos injustificables; pero en esa red de pretextos incoherentes hay un zurcido muy frágil por donde asoman las fibras nauseabundas de la complicidad. Así funciona el despotismo. Uno de los inconvenientes del despotismo es la ausencia de límites para el ejercicio de la autoridad. En un régimen absoluto, es decir, sin contrapesos, el abuso del poder adquiere formas variadas y uno de los métodos más socorridos es el control de la información a través de versiones tergiversadas y recapitulaciones insospechadas. Así fue, y así ha sido desde la ascensión de una minoría al poder. En nuestro municipio, los medios de comunicación impresa son un apéndice del poder. Sus reportajes, sus crónicas y sus contenidos editoriales no van más allá del tibio señalamiento o de la simple bufonada. No hay debate, no hay un real juego de ideas, no hay un fomento a la circulación de las distintas corrientes de pensamiento. La difusión mediática de los gobiernos es un efecto colateral del control del discurso social. Desde el alcalde, sobre todo, se emiten ocurrencias y mensajes que pretenden provocar una percepción distinta a la realidad, e influir en el imaginario colectivo para condicionar sus opiniones y su conducta. La imagen del alcalde rodeado de niños, o entregando despensas a madres de familia de las colonias populares o junto a jóvenes en condición de marginalidad o frente a los micrófonos dirigiendo “sesudos razonamientos” a quienes integran los distintos sindicatos empresariales, es uno de los recursos más explotados en la propaganda política. Pero, nada es para siempre. Ahora, en este y otros municipios, hay una incipiente tendencia en que la información tiende a liberarse del control ejercido por las autoridades. La tecnología en las comunicaciones habilita como informador y testigo a cada usuario de telefonía celular o de internet. Así, en un proceso alterno se transmite la incongruencia entre el discurso oficial y la realidad. Si el alcalde dice que los operativos se hacen con estricto apego a la ley, muy pronto los reporteros anónimos suben a la
web las imágenes de la barbarie de la policía o de la soldadesca en contra de habitantes de las colonias de la periferia o de las comunidades rurales. El efecto inexorable es la formación de una opinión pública razonada, de una disidencia razonada. La distancia entre la ciudadanía y la clase gobernante tiende a agudizarse por la decepción consuetudinaria. Consecuentemente, se ha producido una deleznable ecuación: la red de complicidades es tan nefasta y denigrante como es la ineptitud y la impericia de la clase gobernante que, pretende ocultar la realidad a punta de discursos y malabarismos demagógicos. Un ejemplo: mientras el alcalde y sus secuaces anuncian la concreción de ambiciosos proyectos, el director de Desarrollo Urbano les dice que ni sueñen: apenas dispone de un presupuesto de 50 mil pesos para aplicarlos al diseño de planes y proyectos; cantidad insuficiente para un municipio como el nuestro. ¿Qué significa esto? ¿Será que el alcalde y “su” Ayuntamiento navegan en un mar de improvisaciones, contradicciones y ocurrencias?
(Basado en: Laura M. López Murillo, argenpress, 30/III/10; a.m., 7/IV/10).
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