viernes, 28 de agosto de 2009

Otra perspectiva del fracaso



Se están dando distintas explicaciones al fracaso panista en las elecciones del pasado 5 de julio; todas construidas sobre distintas lógicas. Respetables, pero coyunturales: la derrota se fraguó durante tres años, por, entre otras, las siguientes razones: Felipe Calderón arribó a Los Pinos habiendo sido director de Banobras por un lapso muy corto, en el que tuvo un sonado acto de corrupción. Después fue secretario de Energía seis meses. Con estos antecedentes insignificantes, tangenciales, llegó a la Presidencia, por eso le es imposible asumir el sentido de servicio que cualquier funcionario en responsabilidad de gobierno debe tener para sentir, como en el alma, la magnitud de su función y la hondura de su responsabilidad. Así pues, Calderón dio inicio a su administración después de haber sido improvisado político y en un momento crucial. Sin dotes ni vocación para el gobierno, es el prototipo del tecnócrata: conocedor de las leyes, de la ciencia económica, de fe religiosa obnubilante, convicción total en el modelo neoliberal; insensibilidad social y soberbio desprecio por la política y sus actores. Familiaridad, confianza y excesos con sus colaboradores, los que con excepciones comparten el mismo perfil. Hay muchas pruebas que muestran que el puesto le quedó muy, pero muy grande a Calderón. Entre ellas: a) el torpe manejo de la epidemia sanitaria, que paró virtualmente al país por torpeza de conducción e imprevisión; b) las inundaciones de Tabasco, resueltas por veteranos ingenieros de la Comisión Federal de Electrcidad y no por los ineptos de Conagua; c) constituirse en médico forense y adjudicar las adicciones a la falta de valores morales y por no creer en dios; d) incapaz de dirigir con dignidad republicana la política exterior en el asunto de Honduras con base en la Constitución, específicamente el artículo 89, fracción X; e) el “catarrito” de Carstens y sus todavía impredecibles consecuencias; f) su indolencia al mostrar desentendimiento ante la tragedia de la guardería ABC en Sonora. No sólo lo anterior, sino que los logros del presidente del empleo son criminales: a) desempleados: 2.4 millones, igual a 5.3%; b) subempleados (trabajo irregular): 3.4 millones, igual a 7.1%; c) informales (ambulantes): 12.1 millones, igual a 28.2%; d) sin ingresos fijos: 3.3 millones, igual a 7.7%. Esto es: 21.2 millones, o sea, igual a 48% de la población económicamente activa está en el desempleo formal, según el INEGI, en junio. Es por todo lo anterior y mucho más, que Calderón es intrascendente, porque no se desvela por el cumplimiento de la Constitución y por el bien de los mexicanos. Sin embargo, no parece que lo haga premeditadamente, es simplemente que no tiene el carácter y la estatura moral e intelectual de un estadista, por ello no se somete al mandato constitucional, porque no lo siente. No se asume presidente de la República, prefirió seguir siendo el jefe de su partido como era hace 10 años, por eso hizo tan intensa campaña electoral. No tiene percepción de la majestad de ser el primer mandatario y de las gravísimas responsabilidades éticas que con ello se asumen. Sus colaboradores no son distintos, son gente preparada, educados, muchos de ellos con posgrados en el extranjero, pero con cero experiencias y cero sentimientos de lo que es la responsabilidad de ser un ciudadano con una tremenda carga a cuestas: la que les ha encomendado la Nación. Simplemente inexpertos. Poca cosa parece ser secretario de Educación en este país, y poca cosa resultaron Josefina Vázquez Mota y Alonso Lujambio; como poca cosa resultó el doctor Córdova Villalobos en Salud, Alberto Cárdenas en Agricultura y Javier Lozano en Trabajo, y poca cosa resultaron los tres secretarios de Gobernación en un trienio, los tres sin un solo día de experiencia en una secretaría de Estado. Entonces, ¿cómo esperar que Calderón haya podido construir un proyecto de nación a satisfacción de los mexicanos? ¿Cómo, además de otros muchos factores, esperar un triunfo? Los resultados fueron sorprendentes por extremados, pero están a la vista: son la calificación de Calderón. Ésta es una interpretación de las causas del fracaso panista, además de la validez de muchas más, pero apunta también al futuro: esto es, todo ello sucedió y volverá a suceder porque la perspicacia y la inteligencia, siendo componentes esenciales de un quehacer lúcido de la Presidencia, simplemente no se ven. Y, para poner en perspectiva lo anterior, el secretario de Hacienda y Crédito Público, Agustín Carstens, informó el pasado 23 de julio de un recorte al gasto público por 50 mil millones de pesos, adicional a la reducción de 35 mil millones que se había anunciado en mayo. Con esta medida –82% de la cual se aplicará a gasto corriente–, el gobierno federal pretende enfrentar una disminución de 480 mil millones de pesos con respecto a los ingresos originalmente previstos para este año: 211.5 mil millones menos por ingresos petroleros y 268.6 mil millones por recursos tributarios que dejarán de ingresar a las arcas públicas. El dato, tiene implicaciones graves porque el gobierno federal sigue siendo –a pesar de más de dos décadas de empeños neoliberales por eliminar la propiedad pública, incluida una gran parte de la industria paraestatal– el mayor actor económico del país, y una reducción del gasto gubernamental se traducirá, necesariamente, en nuevos cierres de empresas y pérdidas adicionales de empleos. Es alarmante, además, la falta de consistencia en los datos: si el gobierno federal dejará de percibir 480 mil millones de pesos, los recortes que totalizan 85 mil millones no serán suficientes para compensar esa caída. Necesariamente, pues, la administración de Calderón habrá de recurrir al endeudamiento para compensar el déficit por 395 mil millones de pesos. Mientras los recortes van a afectar los programas sociales que aún se mantienen en pie y de los presupuestos educativos y de salud, permanecerán los ingresos inmoralmente elevados que se otorgan las cúpulas institucionales –gobiernos federal, estatales y municipales, las cámaras de Diputados y Senadores y las legislaturas locales, Poder Judicial, organismos autónomos, como el Instituto Federal Electoral y otros–. Difícilmente el gobierno dará otra orientación a las políticas públicas, por lo que no esperamos que haya una protección real de esta crisis a las mayorías depauperadas antes que a los grandes conglomerados empresariales locales y foráneos.
(Fuentes: Jorge Carrillo Olea, La Jornada, 9/VII/09; Editorial, La Jornada, 24/VII/09).

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