domingo, 21 de agosto de 2011

MUNICIPAL: Todo dice

Anda, para decirlo no hace falta el titubeo, así que corta esa basura de gesticulación cariacontecida y muéstrate tal cual. Bien sabes a qué me refiero. Despójate de dobleces, velos y afeites, desnuda tu piel hasta en sus zonas más delgadas. Déjate llover así nada más, mas no esperes recompensa ni reconocimiento. Y ruega que te toque desdén como respuesta, te habrás salvado del diluvio del odio, que es lo peor de lo peor.

Del mismo modo que los ciegos ven lo que tú no te imaginas, no existen los tímidos, los inseguros, los mudos ni los tartamudos. Cualquiera es elocuente y claro, no sólo los habladores que hilan discursos y bordan con las palabras un vacío.

Nuestra sola presencia dice todo por nosotros, no importa cuan insignificantes, desconocidos o indescifrables. La expresión es el tesoro humano por excelencia, nadie se atrevería a refutarlo.

Tú por ejemplo. Hablas cuando callas muchas veces mejor que cuando hablas, por bien que te salgan las frases.

Qué enciclopedia eres de personas que te han hablado de todas las formas, a gritos, en silencio, inmóviles o desapareciendo. ¿Aprendiste al fin a escuchar? No se te daba, ¿te acuerdas? Cuánto te ocupaste en cosas mejores que escuchar. Como si te asesorara un político profesional: no pierdas el tiempo escuchando, finge atención pero obedécete, corre, haz lo que te conviene.

Cuántos tomos de historia y teoría económica caben en un mendigo derrotado, cuántos balazos y latigazos en los sobrevivientes de una masacre, cuántos nombres en los hoy extintos directorios telefónicos, cuántos aullidos de espanto en la paz de una fosa común.

Cuánto del dolor que causaste, y de todo el que has recibido, se te dibuja en la cara, en esa arruga, en aquel moretón que no baja. ¿Y el amor recibido? Cuánta suavidad en ese irrefrenable mohín tuyo. Todo en ti es lenguaje. ¿En quién no?

Nadie puede evitarlo. Ni los que se entrenan fríamente para mentir. Ni los que aprenden a controlar sus emociones o reflejar las de otros, de personajes tal vez ficticios. Ni los que con falsas promesas pastorean almas hacia el abismo. Todos decimos lo que decimos, así sea con mímica, pegándole al tambor de hojalata o nadando de muertito.

Pero qué caso tiene que te lo diga, si lo sabes mejor que nadie. Eres de la pocas gentes que conozco que lo ha sabido siempre, hasta parece que naciste sabiendo.

Por lo demás, no te preocupes, todos estamos locos. Aunque algunos crean que pueden disimularlo, no hay engaño que dure 100 años.

(Texto de Hermann Bellinghausen, La Jornada, 4/VII/11).

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