miércoles, 21 de julio de 2010

NACIONAL: Aparece una desaparición

Mientras Felipe Calderón volaba en pos de un premio hispano a su “carisma de estadista”, en México las especulaciones cruzaban el escenario político y la percepción de ingobernabilidad y riesgo se asentaban incluso en el bando partidista presuntamente en el poder. El jefe Diego desaparece, pero esa ausencia es al mismo tiempo una confirmación de presencias: en el escenario soplan vientos que recuerdan 1994 en términos de criminalidad política pero también de turbiedad y maquinaciones.

Políticamente es un golpe seco al gobierno de Calderón, y socialmente es una confirmación de que la violencia alcanza a todos pero que el tratamiento es radicalmente distinto cuando el afectado es un personaje de la elite.

Magnificado por los medios que le son afines, Calderón “conmocionaría” al sistema estadunidense de poder durante una visita en la que, como ha sucedido en otras coyunturas internacionales parecidas, el valiente mexicano llegó con su portafolio repleto con los expedientes de las agresiones sufridas por su administración y su partido en la guerra contra los narcotraficantes a los que dice ir ganando.

Justamente en ese rubro tan delicado, el del narcotráfico y sus relaciones con el poder político, aparecen demasiadas piezas imprecisas en el tablero: en Jalisco las autoridades militares y civiles jugaban a no desmentir ni confirmar la aprehensión del estratégico Ignacio Coronel, jefe occidental del aparato de poder de El Chapo Guzmán, cuya ex esposa había sido detenida y luego liberada, sin cargos, como si hubiera sido un mensaje en clave. Los insólitos golpes al cártel hasta ahora preferido, el del sinaloense intocable, llevan a tejer historias de traiciones, venganzas e incluso intercambio de libertades.

La extraña desaparición de Fernández de Cevallos incrementa la percepción de descomposición política e inviabilidad electoral que desde hace días habían anunciado el jefe panista César Nava y el candidato a gobernador de Tamaulipas, antes de que sucediera el asesinato del virtual candidato a presidente municipal de Valle Hermoso. La noticia del incidente del jefe Diego fue tan libremente difundida durante el día como herméticamente guardados sus detalles por las autoridades civiles y militares que dieron al caso un rango de Estado, con lo que alentaron los rumores y las versiones acerca de la gravedad del atentado y de sus causas y consecuencias. No ha sido oculta la animadversión del abogado Fernández de Cevallos hacia el felipismo, y tanto este litigante dorado como Manuel Espino y el propio Vicente Fox han trabajado con fuerza en los últimos meses en caminos distintos a los de Calderón, aunque Diego ha tenido un pie metido en la política de Los Pinos mediante su socio Fernando Gómez-Mont a quien también podría ir dirigido el mensaje de vulnerabilidad, sobre todo en razón de las fanfarronerías constantes de ese tan peculiar secretario de Gobernación que obedece más a Fernández de Cevallos y a Carlos Salinas que a su presunto jefe Felipe.

Así las cosas, el 20 de mayo, Calderón pudo entrar al fin a una sesión formal de un congreso, pero no al de su patria, sino al de la vecina nación donde se le dio recepción y trato excepcionalmente buenos pero absolutamente ninguna ganancia política o diplomática, a no ser las ovaciones similares a las que un agradecido consejo de administración podría tributar a un gerente bien portado, cuyas acciones y comportamiento merecieran palmadas en la espalda para que la empresa siguiera teniendo ganancias y privilegios por medio de su nativa plantilla de empleados (la ruta de las cesiones y concesiones calderónicas parece bien marcada por el agradecimiento compensatorio que le han expresado, tanto en la España volcada en la reconquista de México, esta vez por la vía económica, como en el imperial Washington, donde ese día quedaron claramente expresados los ánimos felipistas de anexar sin grandes objeciones a México al proyecto de desarrollo subcontinental norteamericano que Estados Unidos ha diseñado).

Pero Calderón nada consiguió, más que un engaño clamoroso. Obama, el publirrelacionista especializado en montar espectáculos amables mientras los operadores de la política real cumplen crudamente sus libretos (recuérdese el caso Honduras), le dijo claramente al emocionado Felipe que le faltan 60 votos en el Senado para sacar adelante una reforma migratoria, y los líderes republicanos del poder legislativo estadunidense escucharon al vehemente Calderón y le permitieron sus minutos de gloria pero están absolutamente en contra de restringir la venta de armas en su país (pues creen que es tramposo el pretender atribuir a ese tráfico de instrumentos bélicos la descomposición mexicana) y en favor de la ley Arizona, contra la cual le fue permitido al compareciente mexicano desahogar sus necesidades propagandísticas de mostrarse severamente opuesto a esa reglamentación discriminatoria.

De regreso al infierno mexicano, Calderón hubo de enfrentar la decisión de la familia Fernández de Cevallos, de pedir a las autoridades federales que se hicieran a un lado para dar paso a las negociaciones con los secuestradores. Tal petición familiar indica de entrada que, al menos para consumo público, no coinciden los intereses de la parentela afectada y de las autoridades supuestamente solidarias. Un diálogo mínimo, fluido y confiado entre esas dos partes habría hecho innecesaria la elaboración de una petición por escrito que fue dada a conocer a los medios de comunicación, pero que ni siquiera fue aceptada más que de palabra, al anunciar la PGR que se retiraría de las indagaciones que previamente había atraído a su jurisdicción.

La vehemencia oratoria de Calderón en la recién pasada asamblea nacional panista agregó elementos para la suspicacia, sobre todo conforme se fueron difundiendo detalles de la ríspida relación política que con largueza han mantenido el ahora ocupante de Los Pinos y el fanfarrón abogado enriquecido mediante tráfico de influencias, colocación de piezas propias en los tableros de la PGR y la Suprema Corte que luego resolverían positivamente los asuntos de enorme cuantía que les presentaba el jefe promotor de sus puestos, y el uso mercantil de las relaciones políticas entabladas con el salinismo, con el PAN como moneda de cambio. Calderón llegó a decir que con El Jefe Diego “habrá todavía muchas batallas por librar”, lo que pareciera ser un guiño a las suposiciones de quienes creen que el secuestro es un montaje hecho para promover la candidatura presidencial del hoy secuestrado en las elecciones de 2012. Si el queretano aparece con vida y decide aceptar una postulación así, las palabras de Calderón tomarán la dimensión de un sombrío destape que llevó a los panistas reunidos en su asamblea nacional a corear el nombre del brioso personaje ahora esfumado. Si la suerte fuera adversa, y el final fuera luctuoso, parecería entonces que las arengas calderonistas hubieran tenido como propósito dejar a salvo la figura del orador y disipar percepciones poderosamente estremecedoras.

(Basado en Julio Hernández López, La Jornada, mayo 16, 21 y 24, 2010).

No hay comentarios:

Publicar un comentario