lunes, 13 de julio de 2009
Voto: el desencanto ciudadano
Y el debate cobró fuerza: ¿se debe o no anular el voto? La primera de estas opciones –ampliamente promovida en Internet y en diversos espacios tanto electrónicos como impresos– ha ganado muchos adeptos, a grado tal que consejeros del IFE, si bien han reconocido el derecho de los ciudadanos a anular el sufragio, han tratado de aminorar el impacto que significa la difusión de los mensajes que promueven el voto en blanco.
Nosotros coincidimos con quienes sostienen que se trata de una forma válida de protesta y de castigo en contra de una partidocracia a la que se percibe totalmente alejada de las demandas y las necesidades de la población, y consagrada a la defensa de sus privilegios. La anulación del voto equivaldría, a asumir un papel crítico durante las elecciones, sin que ello implique desentenderse de la responsabilidad ciudadana de sufragar.
Por su parte, quienes están en contra de la anulación del sufragio, argumentan que la llamada “democracia” se fundamenta en instituciones y al día de hoy la ley no contempla otro medio de ejercer los derechos político-electorales que a través de los partidos políticos, convertidos en verdaderos nidos de mafiosos y de apátridas. Asimismo, sostienen que el anular el voto puede resultar contraproducente por cuanto acabaría por favorecer al llamado “voto duro” de los partidos, en detrimento de los ciudadanos independientes. En ese mismo sentido, no ha faltado quien concibe esa anulación como un mecanismo que terminaría por favorecer los intereses del grupo que detenta el poder, pues facilitaría la permanencia del statu quo. A estos señalamientos deben sumarse los hechos por el consejero del IFE Marco Baños, en el sentido de que el sufragio nulo equivale a “que los ciudadanos se excluyan de la integración de la Cámara de Diputados”. Totalmente falso, ¿qué tanto poder puede tener el voto ciudadano independiente en contra del voto de los poderes fácticos que son los que deciden a final de cuentas “la integración de la Cámara de Diputados”?
Lo cierto es que existe un desencanto ciudadano frente la institucionalidad política del país, que se explica, en buena medida, como consecuencia del cochinero durante el proceso electoral de 2006, que incluyó el entrometimiento ilegal de Vicente Fox en favor de Calderón, así como la intervención de las cúpulas empresariales y del alto clero en contra del ex aspirante presidencial López Obrador; la posterior negativa del órgano electoral a contar la totalidad de los sufragios, y el inverosímil fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, organismo que sostuvo, por decirlo en breve, que los comicios habían sido sucios, injustos e inequitativos, pero a fin de cuentas válidos. Estos elementos, en conjunto, sumieron a la institucionalidad electoral en un profundo descrédito, del cual todavía no se ha recuperado.
Alarmada la clase política, quiere que emitamos sufragios de adhesión para ungir representantes soberanos: que votemos por lo que tengamos enfrente, aunque no sepamos quién recibe nuestro voto ni qué hará con él. Hasta el clero presiona para acudir a votar por el menos malo, para continuar con una ficción que sólo aplaza pero no evita una crisis institucional. El voto nulo es el único instrumento de expresión pacífica que nos queda a los ciudadanos para decir a los partidos que, así, no nos gustan.
Sin importar la posición que cada partido ocupa en el espectro político, ninguno cumplió con su obligación, en el Congreso, de exigir información a las autoridades sanitarias con motivo de la reciente epidemia; ninguno ha defendido al Estado secular ante la ofensiva del clero; ninguno ha denunciado que avanzamos hacia un Estado policial; ninguno se ha vuelto a acordar de un asunto llamado reforma del Estado; ninguno ha rechazado con firmeza las restricciones a la libertad de las mujeres adoptadas por casi la mitad de los Congresos locales del país; ninguno ha impulsado el seguro de desempleo aunque todos dicen defender a la sociedad ; ninguno denuncia la guerra sucia que ejerce el Estado en contra de los luchadores sociales, al encarcelarlos, desaparecerlos y asesinarlos por disentir con los gobiernos en turno; ninguno ha pasado del discurso sobre la tragedia en la guardería de Hermosillo. Esos son sólo algunos ejemplos.
El abstencionismo o la anulación del voto cobran razón de ser, alarman a los políticos de oficio y a las camarillas de parásitos que viven del erario porque desenmascaran la democracia oligárquica, pero su mayor espanto es que muchos de los abstencionistas y los que están por el voto nulo son en su mayoría jóvenes que no ven como alternativa a ningún partido político y la condena política al régimen neoliberal representado hoy por el gobierno calderonista y el PAN-PRI. (Fuentes: Editorial, La Jornada, 6/VI/09; Diego Valadés, apro, 11/VI/09; Comunicado del EPR, cedema, 16/VI/09).
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