martes, 23 de noviembre de 2010

NACIONAL: El sexenio rojo

“Esquezofrenia”. En seguimiento de los arranques emocionales de su jefe, algunos miembros del ente cuasiclandestino autodenominado gabinete presidencial están saltando a los foros mediáticos con declaraciones regañonas y pendencieras. Ya antes había aparecido el secretario de educación gordillista, Alonso Lujambio, a quien el calderonismo encargó los negocios del festejo del bicentenario y el centenario y, en tal condición de controlador privado de asuntos públicos (una especie de “cadenero” de antro histórico), se permitió invitar a quienes no les guste el menú conmemorativo a que busquen alternativas, además de tachar a quienes no comparten los de por sí aguados, pero carísimos, ánimos burocráticos de festividad de ser parte del México “mezquino” y formar parte del bando de “la visión negra, oscura, inquietante en el extremo tal que nos impide, incluso, movernos”.

Lujambio habló con esa pasión nacionalista frente al embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, durante un acto con jóvenes en el que llamó, optimista y pinturero, a ir “subrayando lo que nos une y desenfatizando lo que nos divide” (si esa misma pasión de pandillerismo ideológico la hubiera puesto el secretario en la revisión ortográfica e histórica de los nuevos libros de texto, no estaríamos hoy ante vergonzosos ejemplos del mal escribir ni ante la supresión y distorsión de episodios históricos como el 2 de octubre, que acabó siendo una “manifestación que se reunió” y “fue reprimida” por seres desconocidos, pues se suprimieron las referencias al Ejército y a Gustavo Díaz Ordaz).

Espots y juramentos. A sus puros espots, Felipe Calderón ha violado la Constitución General de la República, según lo ha resuelto el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. No habrá castigo, pues la legislación vigente no contempla la posibilidad de encausar al ocupante del Poder Ejecutivo más que por acusaciones extremas y no por debilidades de corte electoral. Lo mismo sucedió con Vicente Fox, quien abiertamente intervino en la sucesión presidencial de 2006, violentando preceptos legales pero sin consecuencias punitivas, pues los magistrados electorales que fungían en ese momento tampoco encontraron manera de sancionar al grave infractor público. Lo sucedido ahora con Calderón es un adelanto de lo que espera en 2012: la desesperación felipista lo llevó en meses pasados a hacer propaganda a su gobierno en temporada de veda electoral, con la fallida esperanza de aportar elementos de optimismo nacional pro panista antes de que los ciudadanos de varias entidades del país fueran a las urnas, y todo apunta a que esa desesperación creciente producirá una espiral de activismo ilegal cuando el actual huésped de Los Pinos sienta llegado el término de su impugnado periodo de ejercicio y el PRI vengativo se apreste a cerrar el par de sexenios trágicos del panismo en el poder.

Casi nada le duró al oficialismo el sentirse en los cuernos de la luna, a causa del oportuno triunfo de una mexicana en un torneo mundial de belleza. El descubrimiento de 72 cadáveres en un rancho tamaulipeco, inmigrantes, sometidos, indican las autoridades, por miembros del bando de los Zetas que los habrían ejecutado, es un episodio de brutalidad que sirve para confirmar a la opinión pública estadunidense la condición de Estado fallido de México, la incapacidad del ocupante de Los Pinos y los riesgos de violencia desbordada que están al otro lado de la frontera. La barbarie trasciende las fronteras, las cifras macabras de la guerra felipista toman tintes internacionales. Uf. El horror.

A como dé lugar. El empaque personal e institucional de Calderón está a prueba ante la peor tragedia de las muchísimas que ha generado su guerra desquiciada, y lo que hasta hoy se ve parece de muy poca monta. El jefe formal de un Estado que en Latinoamérica todavía se recuerda como poderoso confiesa ser incapaz hasta de guardar información básica peligrosa (aunque, en el caso de Ignacio Coronel, el sellamiento informativo fue marcial): “di la orden de que se cuidara la identidad del testigo, que no se reprodujeran imágenes del testigo, que mucho menos su nombre, y habrá que investigar por qué ocurre eso”, dijo al excusarse de que se hubieran revelado esos datos que ponen en riesgo mortal a un superviviente ecuatoriano como sucedió con familiares de un marino caído en el ataque a un jefe narco en Cuernavaca. Pero el muy sincero ocupante de Los Pinos se acogió a una fórmula de autobenevolencia: “Yo entiendo que hay una gran presión de los medios nacionales e internacionales”. Sergio Sarmiento, quien lo entrevistaba, precisó: “Pero nosotros presionamos, pero también se nos puede decir que no”, y el empequeñecido interlocutor le respondió: “Así es. Habrá que ver qué tan poderosos son los medios. La verdad es que no siempre se les puede decir que no”. Palabra de Felipe.

Papelazo. El contenido del informe de cuatro años de gobierno calderonista fue lo de menos, pues en San Lázaro el Congreso mexicano sesionó para dar un adelanto de las batallas campales por distintos botines que caracterizarán el último tercio del sexenio rojo. Apertura de trabajos legislativos tocada por el síndrome del calderonismo: la ilegalidad sustantiva y procesal, el atropellamiento de reglamentos, leyes y disposiciones constitucionales, la aprobación por mayoriteo de tretas y atajos para imponer acuerdos irregulares de cúpulas. Congreso silenciado por sí mismo –por los nuevos entendimientos de PAN y PRI en las cámaras, superados ya los malos entendidos electorales de las alianzas–. Silencio, obviamente, respecto a los temas delicados del México ensangrentado, empobrecido, amedrentado.

El México del teleprompter. Apenas unas horas duró el falso esplendor palaciego del informe en familia que Calderón se regaló el 2 de septiembre. El vuelo sideral de las palabras con que el licenciado FC delineaba los perfiles y contenidos de un supuesto México de grandes logros topó rápida y estrepitosamente con la realidad real, con el México que va más allá del teleprompter (el sistema electrónico que coloca en un cristal, frente al orador, o conductor de noticiarios, los textos que éste leerá). Horas matutinas de gloria felipista en la burbuja de elite protegida militarmente con la abundancia de costumbre. Dueño de la acotada circunstancia, cómodo en ese pequeño círculo del gran poder, Calderón desgranó números, datos, comparaciones y superlativos para robustecer la especie de que la nación va bien, incluso mejor que nunca (aunque no lo parezca). Al final de su recuento de éxitos, el licenciado Calderón se dejó llevar por la emoción e imprimió una fuerza oratoria notable a los pasajes en que habló de las gestas heroicas realizadas por otros mexicanos, de sus enseñanzas y de lo que esas hazañas significan en la traducción al derechismo vulgar.

Más allá de las vallas, las murallas y el teleprompter, despuntó de inmediato el horizonte de la descomposición acelerada que vive el país ajeno a los discursos de celebraciones huecas. Son muchos 25 muertos en un enfrentamiento con militares, pero peor es saber que los narcotraficantes tienen sus campamentos de entrenamiento en forma, convertidos en ejércitos irregulares con altísima capacidad de fuego: población, territorio y poder, el verdadero narcoestado. Ya la aritmética funeraria precisará si ese día hubo récord de matanza en el México del triunfalismo calderonista.

Contrainsurgencia. Que dice la siempre calculadora Hillary que en México y Centroamérica la amenaza de las redes del narcotráfico se transforma o hace causa común con lo que se podría considerar una “insurgencia”. Notabilísimo grado superior: ya no delincuencia, sino insurrección que Estados Unidos se siente llamado a combatir, sobre todo teniendo como referente lo sucedido con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que al mismo tiempo o en distintos momentos llegaban a tener bajo su control hasta 40 por ciento del territorio de su país, según el preocupado diagnóstico de la jefa de la diplomacia mundial intrusiva.

Mala jugada declarativa de la mujer pegada a una sonrisa plástica, pues desnudó de golpe las sabidas, pero nunca antes confesas intenciones del belicismo calderónico, manejado desde el Pentágono, de usar la presunta guerra contra el narcotráfico como una operación apenas encubierta contra oposiciones e insurgencias. No es solamente la batalla armada contra un negocio de drogas, que muy bien podría seguir durmiendo el sueño de los injustos (pero bien apalabrados), como sucedió durante el jurásico priísta y podría seguir durante el kinderato panista, sino el emplazamiento de fuerzas represivas ante la inconformidad social acumulada, ante los anunciados brotes de violencia politizada a los que las efemérides de siglos convocarían, ante la oposición creciente que en el país se ha ido dando, y ni siquiera por estrictas razones electorales, partidistas o políticas, sino por la miseria extrema, por la desigualdad económica ofensiva, por la inviabilidad humana de decenas de millones de seres, por la condena en vida a una existencia sin esperanza, por la creación diaria de los ejércitos del resentimiento que hoy van explotando al amparo del nuevo poder que cree reivindicarse mediante la crueldad y la destrucción, en esta historia del abatimiento de la institucionalidad mexicana no por la vía de los caminos ortodoxos, en los que cabría incluso la guerrilla tradicional, sino por la irrupción salvaje de las hordas que mezclan el tráfico de drogas y otras formas delincuenciales con la revancha y el odio sociales.

Modestias aparte. El presidente mercadológico de Estados Unidos corrige lo que la secretaria de halconería ya soltó. El mismo mandatario que desde Washington se disfrazó de blanca palomita en el caso del “golpe blando” de Estado en Honduras ahora suaviza el porrazo dado por la funcionaria intervencionista, que por lo pronto ya asentó las tesis justificantes del mayor asomo correccional ante la nueva Colombia transfronteriza. El teatral Barack añade a la fórmula desinflamatoria unas gotitas de esencia de vanidad para que el destinatario mexicano las añada a su catálogo de modestias publicitables: “México es una democracia amplia y progresista, con una economía creciente”, razones estas por las cuales nomás no se le puede comparar con la Colombia de dos décadas atrás.

Carta con claves. El inseguro escenario de las celebraciones burocráticas de la Independencia nacional fue cargado el 13 de septiembre con un elemento más de turbiedad y elucubraciones cuando, con un inexplicado sentido de la oportunidad conmemorativa, fue actualizado el recuerdo de que uno de los más connotados miembros de la elite derechista nacional permanece secuestrado y que el desenlace del episodio puede ser fúnebre. Por la misma vía de correo electrónico utilizada cuando dieron a conocer su primer comunicado con fotografía del cautivo, los autodenominados Misteriosos Desaparecedores enviaron un nuevo texto que entre manejos verbales presuntamente ingeniosos o desparpajados pareciera filtrar una de dos posibilidades: que para hablar hoy del ex candidato presidencial panista debe utilizarse el tiempo pasado, o que mediante este artificio epistolar de Internet los secuestradores pretenden acelerar el pago de un rescate por parte de familiares y amigos del político queretano que, según la versión de los captores, lo habrían abandonado.

Lo único cierto es que nadie sabe, nadie supo, respecto a la situación actual del llamado jefe Diego, de las motivaciones de quienes lo secuestraron, y del momento y condiciones en que se dará el grito informativo del desenlace. Sólo es posible tomar nota de que hoy, en medio de la oscuridad y el temor, el caso del secuestro más impactante de México ha vuelto a ser actualizado, en un mensaje con claves políticas.

Grito secuestrado. Virtual, opaco, bajo amenaza, convertido en negocio, ajeno a su naturaleza combativa, limadas sus aristas insurgentes, dominado por la confusión y el miedo: Grito felipista ahogado, falso, secuestrado, carente de respaldo popular en cuanto a su ceremonial de elite aunque íntimamente pronunciado en tonos irritados por un pueblo dolido y angustiado.

Despilfarro de recursos en pos de una imposible modificación de juicios históricos. Felipe, el Bueno, regala al pueblo desfiles patrios y entretenimiento variado, tratando de dejar atrás la memoria de los cuatro años de horror económico y social. El 15, por la tarde, celebra la independencia nacional mediante montajes escenográficos asignados a una empresa extranjera que funde criterios de carnaval, Disneylandia y Desfiles de las Rosas para ofrecer en México un espectáculo colonizado (con el asomo de una escultura cuyo rostro sugerente de ciertos parecidos acabó siendo bautizada en Twitter como El NarColoso, por su semejanza con la imagen de Jesús Malverde, el presunto protector venerado por narcotraficantes, aunque otros opinantes creyeron ver en los rasgos de esa pieza a Vicente Fox, Vicente Fernández, José Stalin, Luis Donaldo Colosio y ciertos personajes de caricaturas internacionales). Luego, el 16, ese mismo monarca bondadoso muestra el músculo militar a un pueblo que paulatinamente ha ido cediendo espacios civiles a la fuerza de las armas (ironías delatoras: por primera vez marcha la Policía Federal en un desfile de militares que ahora fungen como policías; desfile para celebrar la Independencia en compañía de contingentes castrenses extranjeros entre los que están algunos de quienes han doblegado y mancillado a México, como los estadunidenses que se asoman al Palacio Nacional donde un siglo atrás impusieron su bandera).

(Tomado de Julio Hernández López, La Jornada, agosto 24, 26 y 27, septiembre 2, 3, 9, 10, 14, 15 y 17, 2010).

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