La convicción es generalizada: no hay nada que celebrar.
Los 200 años del surgimiento de México como nación nos alcanzaron en medio de una severa crisis del Estado mexicano.
Los mexicanos lo padecemos y el mundo es testigo.
Pobreza endémica, violencia inusitada, corrupción atávica y una desigualdad que avasalla en cualquier lugar del territorio, son expresiones de la debilidad en que se encuentra el Estado mexicano del siglo XXI.
De las guerras intestinas del siglo XIX que costaron la mitad del territorio, a la dictadura porfirista y del régimen autoritario del PRI que predominó en el siglo XX, a la alternancia pactada de ese partido con el PAN, el Estado que se gestó hace dos siglos ha sido incapaz de generar uno de sus componentes básicos: la ciudadanía.
El bicentenario Estado mexicano generó su propio veneno: los poderes fácticos, representados por el narcotráfico y la televisión.
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