domingo, 29 de agosto de 2010

EDITORIAL: Waterloo electoral

El PAN, partido gobernante en el ámbito federal, y sus aliados, perdieron nueve de las 12 gubernaturas en disputa en las elecciones realizadas el 4 de julio. El dato más sustancial de lo ocurrido en esa jornada es, en lo general, la imposibilidad del partido de Felipe Calderón para remontar la catástrofe electoral que experimentó en los comicios federales realizados hace un año, cuando el PRI se colocó como primera bancada legislativa. El PRI ratificó su condición de primera fuerza política en el escenario nacional, y no necesariamente por méritos del partido o de sus candidatos, sino por una combinación de dos factores: por una parte, el recurso de las estructuras caciquiles priístas que imperan en diversas entidades y que constituyen un poderoso mecanismo de inducción del voto; por la otra, el inocultable descontento que recorre el país por los malos resultados que entrega el gobierno federal: crisis económica persistente, desempleo real que se resiste a todos los intentos de maquillaje de las cifras oficiales, desigualdad creciente, corrupción y venalidad en el ejercicio del poder, desdén oficial ante las acuciantes necesidades populares y una situación cercana al naufragio en el terreno de la seguridad pública y la aplicación de las leyes.

Por otro lado, las derrotas del tricolor se presentan como un ajuste de cuentas del electorado contra dos administraciones impresentables: la de Mario Marín en Puebla y la de Ulises Ruiz en Oaxaca. En esas dos entidades la impunidad del poder alcanzó, por distintas razones, cotas de escándalo nacional e incluso internacional; en el caso oaxaqueño por los excesos represivos del gobierno estatal –que han dejado una cauda de decenas de muertos–, y en el poblano por la participación del Ejecutivo estatal en un intento por quebrantar los derechos humanos de la periodista Lydia Cacho. Fuera de esos dos estados y de Sinaloa, donde el abanderado tricolor, Jesús Vizcarra, quedó abajo de Mario López Valdez, Malova –un priísta de toda la vida que desertó de su partido poco antes del inicio de este proceso electoral–, el resto de las entidades que celebraron comicios registraron derrotas anunciadas y previsibles del blanquiazul.

La mal llamada “izquierda”, por su parte, decidió compartir, en Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Sinaloa y Tlaxcala, la suerte del panismo gobernante; perdió Zacatecas, y, salvo en Oaxaca, su participación se redujo a lo meramente testimonial. Camacho y Ebrard fracasan en su estrategia de alianzas, que no reportó lo esperado y sí restó autoridad y congruencia a esa “izquierda” tan pragmática que acabó aliándose a quien pocos años atrás acusaba de verdugo sin perdón posible.

La jornada culminó procesos caracterizados por irregularidades electorales, por la inducción del sufragio –embozada o abierta– por autoridades de todos los niveles y por campañas sucias en las que se recurrió al espionaje telefónico, a imputaciones penales y, a falta de propuestas propias, a las consabidas descalificaciones del adversario. La violencia política generó muertes de candidatos, agresiones y amenazas a aspirantes, dirigentes de campañas y funcionarios de casilla. Fenómenos prehistóricos de defraudación electoral aparecieron como si nada. Gobernantes de todo nivel, comenzando por Felipe Calderón, cometieron actos de distorsión electoral como los anuncios televisados de “buenas noticias” en vísperas de las urnas. Recursos públicos federales, estatales y municipales fueron usados para promover el voto en favor de los candidatos y partido de los detentadores de bienes colectivos.

Las elecciones del 4 de julio plantean, pues, la perspectiva de la involución política hacia un priísmo, que lejos de depurarse en la década que ha pasado fuera de Los Pinos, parece haber ahondado sus aspectos más deplorables: el caciquismo, el corporativismo, el clientelismo y la ambición del poder por el poder. Inocultables sus maniobras de ensayo rumbo a 2012: ríos de dinero oscuro y trampas históricas y modernas para instalar la escenografía de la comedia llamada Democracia. En la regresión electoral del 4 de julio ocurrieron atracos policiacos a mano armada en una casa de campaña de Xóchitl Gálvez en Hidalgo, robos de urnas en diversos estados, compra descarada de votos, carruseles, acopio de despensas y materiales repartidos sin discreción, clonación de diarios con noticias falsas, balas, heridos y golpeados, amagos sobre mesas directivas de casillas. Y luego, todo desapareció ante el embrujo de las especulaciones televisadas: la atención se centró en los porcentajes y las comparaciones, en el ensueño numeral más que en el análisis de hechos, distorsiones, perversiones e imposiciones. Eso ha sido ahora; eso será mañana, mejorado y aumentado. 2010 como preparación de 2012.

(Fuentes: Editorial de La Jornada, 5/VII/10; Julio Hernández López, La Jornada, julio 5 y 6, 2010).

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