domingo, 29 de agosto de 2010

EDITORIAL: Mi país

Mi país, señores, es el país de las maravillas: Tiene una magnífica historia del caos.

Una historia escrita en letras de molde, doradas y llenas de sangre.

Una historia que los pobres llevan clavada en sus espaldas desde hace siglos.

En las calles de mi país la miseria se multiplica a ritmos acelerados.

El ser pobre es un título a nombre de la Nación, la pobreza tiene rostro de niño huérfano, de obrero explotado y campesino sin tierra.

A media cuadra del hambre los funcionarios se engordan sin control, y luego, mientras bostezan, exhiben sus ombligos en el hemiciclo cuyas leyes nunca han beneficiado a los que trabajan para mantener el país.

Mi país, señores, es el país de las maravillas: Es el único en donde la injusticia tiene su palacio y la corrupción su monumento.

Los juicios duran una eternidad y, por lo general, sueltan al ladrón y encarcelan al inocente.

Aquí, la justicia es una vieja ramera ciega y sorda que ha perdido la razón y deambula sin control pisoteando los juguetes de los niños.

La corrupción tiene traje nuevo y se maquilla para la ocasión. Su ideal es un signo monetario celosamente guardado en cuentas bancarias en Suiza y El Gran Caimán.

Mi país, duele decirlo, ¡Apesta por todos lados!

Mi país, señores, es el país de las maravillas: Hace siglos que engordamos militares que nunca ganaron una guerra pero sí aniquilaron a nuestros hermanos por pensar diferente.

Inflan sus augustos pechos, para llenarlos de estrellas y condecoraciones ganadas sin hacer nada o tal vez en mérito al servicio prestado a la corrupción.

Mi país, señores, es el país de las maravillas: Se llevan nuestros recursos, nos dejan contaminación, muerte y destrucción.

Tenemos tantas riquezas y nos preguntamos: ¿para qué?, y ¿para quién?

Y mientras pagamos una deuda impagable, por nuestras calles deambulan millones de desempleados, millones de pordioseros, millones de huelguistas.

En los callejones de la miseria, un ejército de niños se prostituye, otros consumen tulol o son abusados diariamente; mientras tanto, y en ese mismo instante, los ministros veranean en Cancún, los parlamentarios dormitan sobre un colchón de leyes y en el salón dorado, el Presidente brinda un whisky con el Cardenal.

Mi país, señores, es el país de las maravillas: Cada seis años los mocos reemplazan a las babas en un carnaval de la mentira.

Tenemos gobernantes ¡no sé para qué! pues quien gobierna está en Washington, desde allí el titiritero organiza el consabido show del hambre.

Mi país, señores, es el país de las maravillas: Es el país de la orfandad, de la injusticia y el desamparo.

Mi país...os confieso: ya no es mi país, tampoco es de José, tampoco es de María; mi país, duele decirlo, ¡Es el país de los sinvergüenzas! ¡Basta ya! ¡Fuera de aquí! ¡Devuélvanme a mi país!

(Texto de César Mejía, argenpress, 25/VI/10).

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