Es una especie de estabilidad volátil, de calma presagiosa, de continuidad alerta. Podría decirse que las líneas básicas del libreto público se cumplen con aplicación gélida: lo esencial transcurre, lo tradicional se cumple. Pero hay en todo el país una corriente de aires imprecisos que trastoca papeles, remueve certidumbres y adelanta tiempos aún más difíciles. Esa nueva realidad, en negativa evolución constante, aún no es aceptada conscientemente por la mayoría de los ciudadanos ni es procesada y añadida a sus formas de expresión política y social. Pareciera que se está aún en los tramos de un mismo proceso conocido que, por tanto, deberá tener resoluciones y desenlaces conforme a los métodos y sistemas ya antes experimentados. Muchos son los que siguen a la espera de que termine la mala racha, que se reinstale sobre las vías sabidas el tren temporalmente descarrilado, que amaine la tormenta circunstancial, que se compongan las cosas.
Pero este México ya no es el México del ayer reciente. No el de 2006, ni siquiera el de la segunda mitad de 2009. Hoy se está viviendo en nuestro país un proceso de desmantelamiento apresurado del escaparate muchas veces sólo vigente en términos visuales, pero a fin de cuentas existente, “disponible”, de un conjunto de derechos y obligaciones sociales derivadas del pacto popular que emergió de la llamada Revolución Mexicana y que el priísmo, para sus fines de control electoral y enriquecimiento de elites, mantuvo “en existencia” durante décadas, hasta que el panismo impulsado por Estados Unidos y empresarios mexicanos deseosos de sostener su estatus privilegiado mediante cambios gatopardistas, impulsaron una presunta transición democrática que apenas llegó a alternancia de partidos en el poder.
Lo que hoy sucede en el país no es, como una lectura apresurada pudiese sugerir, una tragicómica sucesión de errores motivada por un gobierno de mediocres y antipatriotas que son capaces de cometer las peores tonterías del mundo. El “tonto” Fox y el “torpe” Calderón han cambiado drásticamente la realidad nacional, consolidando la rapacería como criterio de ejercicio del poder público, abriendo contractualmente las puertas a los intereses trasnacionales como nunca antes, implantando el miedo como método de control, concentrando la riqueza nacional en las manos de unos cuantos que se pelean entre ellos por márgenes de ganancia y generosidad de concesiones, pero no por diferencias sustanciales, disolviendo el espíritu cívico, la noción de la competencia electoral, la esperanza colectiva y disminuyendo notablemente la altura y profundidad de la estantería de derechos y obligaciones sociales: un México intencionalmente desfondado, una patria convenientemente desesperanzada, una ciudadanía cultivadamente dividida y confrontada.
Allí están, por ejemplo, las sapientísimas discusiones en la Suprema Corte que a fin de cuentas acaban demostrando que no hay justicia en la nación, pues de nada sirven los montajes indagatorios respecto a hechos altamente sensibles si a fin de cuentas todo queda en señalamientos vagos, no individualizados, mero ejercicio de desahogo documental y oratorio entre togas. Ya antes fue Oaxaca el ejemplo de que nada trascendente se logra en esas instituciones blanqueadas (Ulises sigue como si nada, a pesar de todo lo criminalmente hecho contra ciudadanos opositores a su tiranía que ahora pretende mantener mediante elecciones democráticas).
También es el caso de la guardería ABC, que se fue por el caño de las buenas intenciones expresadas en propuestas como la del ministro Zaldivar que fueron votadas negativamente por la mayoría de sus colegas.
Menos pretenciosas, pero allí están las declaraciones y decisiones del folclórico gobernador de Nayarit, Ney González, al adelantar el cierre de cursos escolares porque estimó la llegada de días violentos en Tepic, a causa de “operaciones de carácter quirúrgico; ir a extirpar lo que tenemos que extirpar en los lugares que sabemos”.
Belicismo médico que contrasta con las destilaciones alegres del siempre desconcertante Felipe Calderón que pone buena cara a la desgracia y anuncia desde Baja California Sur una nueva fase de su teoría de las percepciones sociales: hay que promover la imagen de México, exhorta, pero no piensa en ajusticiados, decapitados o balaceras urbanas, ni en pirámides y playas, sino ¡oh! “en un proyecto integral de publicidad, sí, pero principalmente de relaciones públicas, en la que estamos contratando a las mejores agencias del mundo para promover integralmente la imagen de México. Sí, para explicar los problemas que tenemos, pero también cómo los enfrentamos; pero, sobre todo, para mostrar lo que nuestro país tiene que ofrecer, y que es mucho, a cualquier visitante del mundo”.
En plena efervescencia futbolera, los verdaderos festejos oficiales del bicentenario y el centenario culminaron en Sudáfrica con un resultado futbolero que devolvió a México a su maltrecha realidad. Las cúpulas unidas de México, en especial la sección empresarial cuya marca en litigio ha sido Los Pinos, pretendieron confeccionar un discurso histórico alternativo, de presuntos cambios nacionales que habrían de darse a partir de las armas del pensamiento positivo, las buenas vibras, el fraseo optimista, las iniciativas telepromovidas, el Paseo de la Reforma sin tráfico, el Ángel de la Independencia como tribuna, un director técnico con aires de Javier Aguirre y Costilla y la receta épica de hacer sánduiches. ¿Para qué hacer guerras y revoluciones, independencias y levantamientos armados, si todo se puede cambiar a partir del voluntarismo, de la buena actitud, del kalimanismo elevado a doctrina de Estado? En 1810, el Grito de Dolores; en 1910, el Plan de San Luis; en 2010, el anuncio televisivo de Aguirre: Independencia, Revolución y Quinto Partido e incluso finales futboleras, tal sería la continuidad del libreto histórico de las gestas nacionales.
Pero no hubo tal: del “sí se puede” del fatalismo esperanzado de siempre, al fallido “sí se pudo” que acabó en mexicanísimo “ya ni pedo”. Del Aguirre de los anuncios mentirosos de la televisión al gestualmente desertor Aguirre que pertrechándose tras una cachucha se negaba a dar la cara a la prensa un día antes del partido en que según eso se confirmaría su tesis peregrina de que se estaría cambiando la historia a partir de ciertas patadas tácticamente bien colocadas que, desde luego, no se dieron frente a la selección argentina, estadística y evidentemente mejor armada en lo físico, lo futbolístico y lo anímico.
Por el lado electoral, Calderón quiso tener ganancia de la situación mortuoria del médico candidato al gobierno de Tamaulipas, con su propuesta de diálogo que pretendería responsabilizar a la sociedad de la toma de decisiones sobre una catástrofe consumada: dialogar, analizar, decidir… tres y medio años después de que el propio Calderón ordenó por sus muy individuales pistolas el inicio de una guerra que nadie autorizó ni aprobó más que el deslegitimado panista que necesitaba tener bandera de imposiciones y controles con la cual tratar de asentarse en la pantanosa silla presidencial que se había allegado de manera fraudulenta.
¿Cuántos pasos más para situarnos en el abismo institucional y político?
(Texto de Julio Hernández López, La Jornada, junio 16, 27 y 29, 2010).
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