domingo, 21 de marzo de 2010

MUNICIPAL: Castigar más a los castigados

Para la oligarquía, no hay diferencias de signo político; a la oligarquía no le importa el partido que detente el poder político, porque lo que le importa es que sus intereses estén a salvo. Esa es la naturaleza del sistema social que padecemos. En este sistema, se trata de remarcar un concepto: castigar a los empobrecidos, donde sea, así en la comunidad más apartada de la cabecera municipal, como en la zona centro de la ciudad. Eso cuentan las víctimas y los testigos. Los púberes y los no tan púberes que se juntan por las tardes en las esquinas de las colonias no muy alejadas del centro de la ciudad, ya son, muchos de ellos, adictos a la mota o al solvente o a cualquier otra sustancia que les ayude a escapar de su dura realidad. El otro día un policía le hizo sacar la estopa a uno de ellos y le prendió fuego, por poco el mozalbete se envuelve en llamaradas. Acá, a dos cuadras, presenciamos cómo están vendiendo droga y el patrullero está parado ahí cubriendo que no le pase nada –dice Luis, uno de los cientos de vecinos de “la Renova” en relación a un nuevo capítulo de la triste e impune saga de la continuidad simuladora de los distintos gobiernos–. La policía llega a las colonias pobres y a macanazos pide a los jóvenes que se juntan en esquinas o debajo de un árbol que “se porten bien”, que se vayan a “descansar a sus casas”. “Se pasan de lanza, te ven tomando una Coca-Cola y piensan que traes pastillas. A mi me agarraron peleándome con otro chavo y, en vez de separarnos, me rompieron dos costillas y me patearon la cabeza. A los niños bien ni los tocan”, sostiene Jonathan, de tan sólo diecisiete años. En cada una de estas palabras aflora un conjunto de pautas comunes: microsociedades entre distintos nichos de delincuencia e integrantes de la fuerza policiaca, ferocidad contra los excluidos, zona liberada para lo que paga mejor como es la distribución de estupefacientes y un poder político que sobreactúa su supuesta preocupación ante los casos de inseguridad. Pero la verdadera inseguridad es la derivada de la injusticia social. Para los que multiplican la exclusión, es decir, para la burguesía, no hay mano dura. Lógica estricta del sistema: satanizar a las víctimas. En ese contexto y bajo la hipocresía de este gobierno insensible, es que la autoridad municipal anuncia la celebración del 403 aniversario fundacional de la ciudad. Y, es la Casa de la Cultura –cuyo director parece ser el alter ego del licenciado Verdín– la que da a conocer el programa de los “magnos festejos”. Es de notarse las carencias que, por ejemplo a estas alturas no se cuente con una banda de viento municipal, es una pena que tengan que contratar bandas de fuera, siendo que San Francisco cuenta con músicos de reconocido prestigio pero que, ante la falta de compromiso e interés de las últimas administraciones municipales, no se ha podido conformar una banda que le de realce a este rincón de nuestro estado. Por ello, no es gratuito que haya señalamientos a la labor que Carlos Hernández realiza al frente de Casa de la Cultura: como regidor comisionado a educación y cultura en la administración 2006-2009, brilló por su grisura y mediocridad; como director de tal institución, insiste en la improvisación y la falta de planeación. Sin embargo, esto es consecuencia de un mal liderazgo en la presente administración municipal, es el efecto de lo que sucede en los adentros del alcalde, que, puede ser cualquier cosa o varias juntas de las que en seguida se mencionan: oscilaciones intensas de sentimientos de culpabilidad, apatía, hipocondría, trastornos del sueño y del apetito, ausencia de proyectos, crisis de ideales y valores, identidades borrosas, impulsiones, adicciones, mezquindad en los vínculos. Para sus conocidos, la persona del alcalde ha cambiado: no es aquélla que hace veinte o diez años tenía otra actitud. Hoy se manifiesta con angustia difusa y desesperanza. ¿Por qué? ¿A qué se debe una transformación de tal naturaleza? ¿Será que el poder ejerce una influencia nociva? Lo cierto es que se le observa una actitud rígida, derivada de normas, valores, lenguajes, herramientas y procedimientos aprendidos en su labor como empresario, como vocero de los sectores sociales privilegiados, como representante en este distrito electoral de los poderes fácticos, como integrante de un partido excluyente e inquisidor. Por ello es que resulta desconcertante que en su perorata con motivo de los festejos del 403 aniversario de fundación de la ciudad, expresara como parte central de su discurso: “...Los ecos sonoros resuenen con las voces de ¡Unión! ¡Libertad!...”, para enseguida agregar que él encabeza una administración de puertas abiertas (se respeta la sintaxis): “...Aunque no siempre podemos resolver positivamente las peticiones, estaremos dispuestos a resolver, a dialogar y hacer lo posible por solucionar las contrariedades que aquejan a nuestros ciudadanos... Conocer la historia nos permite refrendar nuestros aciertos y evitar nuestros errores, es por eso que yo invito a todos los francorrinconenses, en especial a las nuevas generaciones, a que valoremos nuestro pasado...”. Como resultado del debilitamiento de los lazos sociales, se ha borrado una dimensión: la de la vida pública. Se vive en un mundo inestable, hecho de trayectorias volátiles. De allí los colapsos narcisistas y las angustias desbordantes de algunos de nuestros excelsos funcionarios públicos. Esa falta de una brújula ética no puede sino hacer tambalear la autoestima, la identidad y los estados de ánimo. Cuando se vive en la incertidumbre, es imposible imaginar un futuro. La búsqueda de nuevos objetivos, de nuevos proyectos, sobre las cenizas de los anteriores, es lo que diferencia a una persona que se siente apta para el futuro de la persona lastrada por el pasado. ¿A cuál de estas categorías pertenece el alcalde?

(Fuentes: Carlos del Frade, argenpress, 15/I/10; a.m., enero 16, 21 y 22, 2010; Ivana Druetta, página 12, 10/I/10).

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