domingo, 21 de marzo de 2010

ANÁLISIS: El Berlusconi chileno

De tanto creerse un país de la OCDE, distanciado de América latina, el “tigre latinoamericano”, Chile, hizo ganador a un Berlusconi. Ese es el molde de Sebastián Piñera, quien fue electo presidente de Chile posibilitando la vuelta de la derecha al gobierno –luego de tener ocupado el poder por la fuerza durante la dictadura militar de 1973 a 1990–.

Después de que la dictadura representara los intereses de la derecha y de los Estados Unidos en la región, el neoliberalismo proyectó otro tipo de líder de la derecha: un empresario supuestamente buen sucesor. Roberto Campos, entre otros, ya decía que el Estado y las empresas estatales deberían funcionar con el mismo criterio de las privadas: en busca de una chequera o el criterio de costo-beneficio, de la competitividad. Las empresas estatales deficitarias deberían ser cerradas o privatizadas –junto con las rentables también, ya que no competiría el Estado en esa función–.

Berlusconi fue electo y reelecto entre otras imágenes por la siguiente: un empresario rico y supuestamente buen sucesor para Italia. “Si es bueno para dirigir sus empresas, es bueno para dirigir el país” conforme a la prescripción liberal. “Va a pasar en limpio al Estado”, “Va a cortar los gastos inútiles” (esto es, los que no son rentables económicamente). Si el Estado funciona conforme al costo-beneficio significa cortar los recursos para las políticas sociales, el pago a los funcionarios públicos, la inversión en infraestructura. De ahí a la venta del Estado, a las privatizaciones, a la mercantilización de las relaciones laborales. El empresario exitoso en el mercado sería el mejor agente que “pase en limpio” al Estado.

En Chile, Piñera no esconde sus afinidades con el presidente colombiano Uribe, con quien tratará de concretar dos objetivos: aislar a Ecuador y presentar a Chile junto a Perú como polo ortodoxo neoliberal, intensificando las relaciones de libre comercio con Estados Unidos. Mal sabe él que los tiempos del auge del neoliberalismo quedaron atrás, que aventurarse por ese camino es dejar a la economía chilena más vulnerable ante los efectos continuos de crisis internacional, aun para un país que tiene un TLC con Estados Unidos.

La derrota es mucho más dolorosa para el pueblo chileno. Incluso si no ubicáramos a los gobiernos de la Concertación en el bloque progresista en la región –porque privilegiaron un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y mantuvieron una política económica ortodoxa– toda la izquierda salió perdedora. Porque, a pesar de las debilidades de los gobiernos de la Concertación –reflejadas ahora en el voto mayoritario a la derecha, que incorporó a amplios sectores populares– la izquierda no supo construir en las dos décadas de democracia una alternativa antineoliberal en Chile. El pueblo chileno pagará caro ese error de la izquierda, que ahora tiene, al menos, la posibilidad de cuestionar el modelo heredado del pinochetismo.

Los momentos de balance de las derrotas como ésta se prestan para las divisiones, para los oportunismos, para los radicalismos verbales. La izquierda chilena puede mirar a América latina para ver distintas expresiones de gobiernos populares y de bloques sociales y políticos que llevan a cabo esos gobiernos, como referencia, para que Chile vuelva a asumir ese lugar en el proceso de integración regional y de construcción de alternativas efectivamente de izquierda, en las arenas de Allende, Neruda y Miguel Enríquez.

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