domingo, 18 de diciembre de 2011

EDITORIAL: La fuerza de ella


Hace poco más de un año esa mujer que desde 1975 se llama Cristina Fernández de Kirchner (CFK), se quedó repentinamente viuda. Aunque ella ha dicho que desde el primer día “sabía lo que tenía que hacer”, esto es, ser candidata a la reelección, entre tomar esa decisión y darle cauce con los resultados obtenidos el 23 de octubre, hay un trecho que recorrió sola, con sus propios pasos, su propia experiencia y su intuición política.
Apenas enviudó, le ofrecieron negociar su gobierno desde los grandes medios y la oposición, como si todavía entonces, hace tan poco, CFK hubiese sido el títere que pretendían y no la dirigente que es, capaz de convertir la adversidad en fortaleza. Capaz de muchas otras cosas, en rigor. Su primer mandato dejará al país en una situación tan ventajosa –en términos de datos duros y en los términos blandos que millones de argentinos confirman en su vida cotidiana– respecto de todo lo vivido desde hace décadas, que aunque lo llamen viento de cola, esa expresión despectiva no alcanza a medir otros atributos del presente, como el fervor militante, un fenómeno que, por ejemplo, ese fin de semana registró la cadena Al Jazeera como un dato curioso y a contracorriente de lo que sucede en todo el mundo con los jóvenes. La de ese día fue, al mismo tiempo, la victoria de un liderazgo y la reafirmación de un proyecto político. La conversión de la adversidad en fuerza ha sido la clave del gobierno de Cristina, atravesado en 2008 por una crisis que ella misma, pero no ella sola, caracterizó como destituyente. “Hoy es su ausencia la que me da fuerza”, ha dicho hace unos meses recordando a su esposo, para explicar esa obstinación y ese despliegue de energía que le imprimió a su campaña, que pensó y dirigió personalmente, al mejor estilo pingüino.
Esa palabra, fuerza, que fue la base de la campaña, se la empezaron a gritar a ella hace casi un año, en aquel día de dolor, cuando nadie podía aventurar qué pasaría, y si podría. Pudo. Volvió a convertir la adversidad en fortaleza, pero más allá de las metáforas: su fortaleza política ahora tiene nombre propio. Como un guiño colectivo y salteando intermediarios, ella devolvió el grito, y fue escuchado. La campaña, en ese sentido, fue un diálogo.
Lo que desde 2008 sus más emperrados detractores insistieron en llamar “doble comando”, y que consistió en una descalificación de género que indicaba que ella no gobernaba, que gobernaba él, fue en realidad una pareja que funcionó en equipo durante 36 años. No fue la única pareja de dirigentes políticos, aunque sí la que llegó más lejos en la historia argentina. Quizá la connotación sospechosa y despectiva del “doble comando”, o aquella otra, la de “la yegua”, dé el rodeo suficiente como para tener en cuenta el clima generado por una oposición que sin escuchar las reiteradas invitaciones a discutir políticas, abusó de la oferta mediática al respecto y se inclinó por los agravios personales y las generalizaciones. Ese día se confirmó que en una sociedad altamente politizada, esas operaciones dieron resultados paradojales.
(Texto de Sandra Russo, página 12, 24/X/11).

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