lunes, 9 de mayo de 2011

EDITORIAL: Samuel Ruiz, la palabra perdida

Don Samuel era un profeta, y los profetas –los poetas del mundo hebreo y del mundo cristiano en su tradición liberacionista– tienen una función semejante a la de los poetas en la modernidad: restablecer los significados, anunciar lo que extraviamos y debe encarnarse, y cimbrar, por lo mismo, el supuesto orden del mundo. Nada más natural entonces que en vida haya sido tan incomprendido como incómodo –perseguido y denostado por los poderes del mundo y asimilado infructuosamente por las particularidades ideológicas–. Nada más natural también que, a su muerte, los que lo denostaron y los que lo amaron dediquemos­ homenajes al profeta y digamos lo que siempre es menester decir cuando uno de esos incómodos muere: “Puesto que don Samuel ha muerto, viva don Samuel”.

Se trata de igualarlo para aplacar nuestra conciencia, de celebrarlo para no comprometernos o para decir que estábamos de su lado. Enterrado el profeta se acabó el virus. Y si su lenguaje sigue siendo insoportable y repelente como toda verdad, podemos transformarlo en eufemismos que no ofendan a nadie y conmuevan a todos. Se trata no de una mala intención, sino de esa conciencia piadosa de las “democracias” modernas donde todos queremos tener nuestra parte en la unanimidad, aunque sea de manera disidente.

(Texto de Javier Sicilia, proceso.com, 9/II/11).

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