lunes, 4 de octubre de 2010

MUNICIPAL: Trans-formas

En algún lugar del horizonte, cuando se vislumbra la derrota, es imperativo transformarse, adaptarse a las circunstancias o desfallecer en la contienda por el poder. De esto saben, y mucho, los aduladores y lambiscones de Jaime Verdín. La ley de Darwin se confirma en la naturaleza una y otra vez, pero en el inframundo político la adaptación es externa, superficial y ostentosa; ante la posibilidad de perder el poder, los ajustes estratégicos en un régimen no implican cambios trascendentales en las políticas públicas, lo único que se modifica es el discurso y se rediseña la imagen pública; pero en una transformación elemental sólo cambian las formas porque la sustancia permanece inalterable. A partir de las estruendosas derrotas electorales del 4 de julio terminó el sueño posible del PAN, los egos sobrevaluados decayeron, la soberbia se evaporó y el rasgo totalitario de las políticas públicas tiende a suavizarse. Los efectos de este proceso de adaptación en el panismo se reflejan en su propaganda política. De ahora en adelante, aquellos funcionarios cínicos, altivos y altaneros aparecerán en los medios como afables servidores públicos, se desarticulará la curva del aprendizaje que justificó la ineficiencia en la administración y los servicios públicos, y como por arte de magia, los funcionarios panistas atenderán las necesidades de sus electores, lo que no signifique que las vayan a resolver.

El pretendido cambio de imagen también se proyecta en el discurso: Jaime Verdín inició su mandato con la idea de seguir militarizando la vida pública en el municipio, insistiendo en mantener esa beligerante condición hasta las últimas consecuencias; pero ahora, ante el fiasco, e igual que Calderón, pretende delegar a toda la ciudadanía su responsabilidad de proporcionar seguridad a la población, mediante “acciones de autoprotección”: “Que cada quien busque la manera de proteger su familia y sus bienes”, parecería ser la máxima de quien se supone dirige los destinos de este municipio. Queda claro que después de diez meses en el poder, Verdín simplemente ha continuado con las formas de hacer gobierno de su predecesor: hundido en la ineptitud y deslizándose por el tobogán de la confusión y la ineficacia gubernamental.

El grado de desprotección de la población de San Francisco crece con los días. No obstante los empeños inspirados en los manuales de autoayuda de los funcionarios que acompañan a Jaime Verdín en esta bonita aventura de tres años de “gobierno municipal”, no permiten más que hacer discursos “a favor de la sana convivencia social” en contraposición con los índices del desempeño nacional, que desembocan en un solo veredicto: la economía no va a crecer ni siquiera como se proyectaba a principios del año; la salud es pasto de buitres disfrazados de médicos privados o farmacéuticos y el nivel de deserción escolar es alarmante. Los pocos empleos creados son los peor pagados, más precarios y menos deseables, al grado de que muchas ofertas de ocupación son rechazadas por los jóvenes que prefieren la inactividad y engrosan las filas de la “población económicamente inactiva”. A su vez, la recuperación estadunidense tardará en llegar. Y lo peor: se dice que el gobierno ha instruido a las entidades del sector público federal a proyectar presupuestos para 2011 por debajo de lo que se espera gastar este año. Sin embargo, se sabe que el subejercicio del presupuesto de 2010 es mayúsculo y que la capacidad de gasto del Estado parece llegar a sus esquivos fondos. Además, el círculo vicioso no se ha roto: la demanda interna está frenada porque el empleo apenas crece, los salarios se estancan o caen y los inversionistas prefieren esperar.

Pero es en los municipios, donde el orden del país se ha roto. Han sido los municipios, que representan la base de las formas de gobierno, los que han sufrido el abandono y el trato más injusto por las políticas de participaciones fiscales y presupuestales. La refundación del país, parte desde la base, es decir, desde el municipio, para ello, hay que aislar en todos los bandos a los demagogos, los perversos, los inquisidores, los profesionales de la manipulación, los salvadores creadores del hartazgo. Si Genaro García Luna dice que los criminales “organizados” pagan 15 mil millones de pesos al año a los policías municipales, eso significa que existe un Estado dentro del Estado. Eso significa que nos hemos balcanizado, que las definiciones de “guerra” y “terrorismo”, nos acercan a la aplicación de la “limpieza étnica”, las fosas comunes, el genocidio y, por tanto, al paramilitarismo sin rostro, que surge de una guerra basada en el aniquilamiento. De la declaración de Genaro García Luna sobre la influencia financiera del crimen organizado sobre las policías municipales se desprenden consecuencias de fondo para el Estado mexicano y la Federación, esqueleto de la República. No sólo la pérdida del control territorial, de la información básica para instaurar políticas de seguridad, de las comunas y los gobiernos locales, sino las que se relacionan con la hacienda pública y el fisco, como base de la representación política. La pérdida de los municipios a manos del poder surgido de la ilegalidad en la venta de drogas, convierte en justicieros a los que protegen en los municipios a los ciudadanos, de las políticas fiscales absurdas, enredadas, complicadas. El crimen legaliza la evasión, como consecuencia de leyes fiscales injustas e inequitativas. Hoy la guerra se financia con petróleo, deuda, gasto corriente que debería servir para la educación, la alimentación, el fomento productivo, la investigación, la modernización y la salud. La guerra del gobierno contra la estructura municipal perdida (sin contar los recursos que fluyen a otros niveles de funcionarios judiciales estatales y federales) es negocio para los vendedores de armas al mismo tiempo que inhibe la actividad productiva y contribuye a la recesión. Lo dicho por García Luna implica que el gobierno federal y los gobiernos estatales han perdido a miles de causantes que en estos municipios subsidiados por el narcotráfico se han liberado del impuesto sobre la renta, IETU, prediales, tenencias y hasta impuestos a las gasolinas, pues se dice que en el Golfo existe un mercado paralelo a Pemex que vende petróleo al menudeo y más barato. La desatención a toda la estructura municipal del país, por todas las fuerzas políticas, se refleja porque siempre han sido vistos como fuente de votos, clientelas y no de propuestas de buen gobierno. En cada municipio del país hay una raíz de la historia nacional. Haber perdido el control de la seguridad básica sólo demuestra la perversidad de quienes han utilizado la hacienda pública, los presupuestos y los recursos sin distribuir equitativamente. México es un país construido crónicamente en la injusticia y que ahora se destruye, se enfrenta y se desborda.

Nada de lo anterior le preocupa a la clase gobernante en San Francisco, al contrario, no parecen percatarse que las políticas de gobierno hacia la población, tendrán un efecto directamente proporcional. Por ejemplo: a) la aplicación de mayor mano dura por parte de Seguridad Pública resultará en un mayor descontento social y en un incremento en los niveles de irritación en la gente que vive en las zonas abandonadas a su suerte; la fantochada anunciada hace días acerca de endurecer la presencia de la policía en zonas llamadas “de riesgo”, con vehículos tipo “mosca”, no muestran otra cosa que improvisación y ocurrencias: prefieren invertir en proteger los vehículos policiacos, que en promover acciones que promuevan la participación social, el autoempleo, el deporte, etc.; b) ante los altos índices de inseguridad en el municipio, el regidor Israel Hermosillo reclama ante la prensa, que urge convocar al inútil y fantasmal Consejo de Participación Ciudadana, así como activar al ornamental Consejo de Honor y Justicia. Como si hubiera descubierto la piedra filosofal de la existencia humana, el regidor considera que “no hay una sola zona segura en la ciudad”, por “los resultados y formas de robos”, y, enfático, asegura: “es casi seguro que se trata de una banda de delincuentes que ya está establecida aquí”, y “engallado”, dice: “si lo que hace falta son elementos policiacos, que el director presente su proyecto al Ayuntamiento; si lo que hace falta es equipamiento o más unidades, que lo especifique; si requiere de mayor inversión en infraestructura, lo atenderemos”. Jaime Verdín tomó nota de lo anterior y, aseguró: “en los próximos días se dará una reunión emergente (sic) de revisión y análisis a los resultados que se han gestado en torno al daño a la seguridad de diferentes sectores de la población”. Autocrítico, añadió: “sé que hay molestia en la gente por el trato de diferentes elementos de policía que actúan de una manera imprudente tanto contra delincuentes como contra aquellos ciudadanos que cometieron una falta administrativa”. Luego, vendría una extraña cantaleta (¿estaría Verdín bajo los influjos de alguna droga hipnótica en pleno pasón festivo?): “los delincuentes aumentan su presencia durante los periodos vacacionales, incluso en tiempos de lluvias” (sic); c) ante tanta barbaridad dicha por el alcalde, el regidor Israel Hermosillo volvió a la carga, después de que por unanimidad el Cabildo aprobara la compra del terreno para la construcción del “Complejo Administrativo”. Dijo Hermosillo: “hay que ser más realistas a la hora de poner en perspectiva el crecimiento de San Francisco, porque hay un plan de ordenamiento territorial con más de diez años de retraso, y hoy (el alcalde) habla que debemos crecer hacia León, cuando hay un obstáculo total llamado Química Central… que ha sido factor central de contaminación en la ciudad, en el entorno, en pozos, en tierras, en la salud de los ciudadanos”.

Finalmente, una pregunta: ¿por qué a Verdín se le percibe como si anduviera en su propia nube, como si no le interesara lo que pasa acá abajo, dejando las decisiones importantes de “su” gobierno a sus compinches Pascual Sánchez, Juan Carlos Sainz y Rodolfo Aguirre?

(Tomado de Laura M. López Murillo, argenpress, 27/VII/10; Rolando Cordera Campos, La Jornada, 8/VIII/10; Marco Rascón, La Jornada, 10/VIII/10; a.m., julio 16, 27, 28 y 29, 2010).

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