domingo, 25 de octubre de 2009
Medroso
Cuando un político habla de decencia y honestidad, hay que tenerle miedo. Hay que escucharle con atención, ver su grado de cinismo al hablar o incluso su fanatismo para tratar de ocultar lo evidente. Esto sucede con los políticos mediocres que se desintegran en el nombre de la justificación o incluso mueren ondeando la bandera del “yo no dije eso” o “han tomado mis palabras fuera de contexto”. La proclividad de mentir o hablar de más llevadas al extremo, castra a cualquier político, le apaga la escasa credibilidad, lo hace predecible al grado de que fácilmente cae en contradicciones, su obsesión por salir sin mancha del lodazal en que están metidos no les deja espacios para un discurso coherente. En esas anda el alcalde electo, Jaime Verdín, quien no entiende que no es lo mismo hacer las cosas bien, que hacer las cosas correctas. Medroso y taimado, sin un proyecto de gobierno propio, sin capacidad para imprimirle su sello personal que distinga a la administración que encabezará a partir del 10 de octubre, sin dar a conocer públicamente su opinión sobre los errores, omisiones e irregularidades cometidas en la administración que está por concluir, Verdín, simplemente se va por la vía fácil y cómoda: darle continuidad a la administración de Toño Salvador, dejando en las direcciones clave a los mismos individuos. Es inconcebible que en todo este tiempo no haya podido conformar un equipo propio de trabajo. ¿Dónde quedó aquel Jaime Verdín que llegó a encabezar desde la Asociación de Empresarios del Rincón las protestas en contra del contrabando de calzado chino? ¿Dónde está aquel Jaime Verdín que tanta preocupación mostraba hace tan sólo unos cinco años por la falta de definición en los límites territoriales entre San Francisco y Purísima? ¿Qué le pasó a aquel Jaime Verdín que desde el organismo Apoyando a San Francisco, creado por él mismo, y que utilizado como plataforma para lanzar críticas y señalamientos al entonces alcalde Pepe Velázquez, hoy, tal organismo sea un cadáver más? ¿Qué explicación puede dar Jaime Verdín ante el hecho de que después de haber tenido un activismo político-mediático que le sirvió para alcanzar las anheladas alturas del presupuesto público, hoy parezca un individuo amordazado y temeroso? ¿Hasta qué grado el adoctrinamiento por parte de la derecha recalcitrante en la que está anegado el PAN ha calado en la mente de Jaime Verdín? Conocemos a Verdín, podemos asegurar que no tenemos ninguna animadversión hacia su persona, nuestros señalamientos son motivados por lo que él representa, es decir, la mentira, la traición a los principios democráticos, la demagogia, la petulancia, la intolerancia hacia los que piensan diferente, la simulación. Lo hemos dicho en estas páginas: Verdín es un farsante, cuevero, taimado y deshonesto. Lo decimos a partir de su trayectoria pública. Su paso por el ayuntamiento 1992-94, fue como una sombra, sin relevancia, apoyando y avalando los excesos de su jefe Ramón Ascencio. Como diputado federal, simplemente avaló y aplaudió el arribo del espurio Felipe Calderón, de ahí en más, su paso por la LX Legislatura, fue, por decir lo menos, opaca y gris. Verdín no ha podido proyectar una imagen de firmeza en sus convicciones políticas, por una sencilla razón: no tiene un soporte ideológico que le de dirección y rumbo a lo que pretende lograr en cada puesto que ha ocupado. Su estrategia se basa en la oportunidad, en el olfato para saber dónde y con quién estar, para colarse a los distintos escenarios que le reditúen una ganancia política. Sabido es que es muy dado a las escondidas armando grupitos de choque: como regidor dejó un tufo de ineficiencia y protección a funcionarios corruptos afines a él; como dirigente de Apoyando a San Francisco dejó ver sus verdaderas intenciones: servir de aliado de la facción priísta no afín al grupo de la familia Velázquez, para golpear a la administración de Pepe Velázquez, que, finalmente, ya vimos que le redituó favorablemente: desplazó a contendientes de prosapia dentro del PAN, para así quedarse con la candidatura a la diputación federal, y de paso, ayudar al yunquista Toño Salvador a ganar las elecciones municipales, después de haber ayudado a fracturar aun más al PRI. Pero, finalmente, ¿de qué le sirvió a la población de este distrito el que Jaime Verdín haya ocupado una curul en la Cámara de Diputados, si se comportó como un vulgar palero de las políticas implementadas por el calderonismo, políticas que hoy tienen sumido a México en el caos y al borde de un estallido social? ¿Qué esperar de la administración 2009-2012 teniendo a la cabeza a un individuo marrullero como Jaime Verdín? No nos hacemos ilusiones: ante la bancarrota del país, los municipios no tendrán suficientes recursos para enfrentar los retos que los tiempos demandan, y San Francisco no será la excepción. Esperamos equivocarnos, pero con un político inseguro, inmaduro e irreflexivo al frente de la próxima administración, no auguramos nada excepcional, seguirán administrando la crisis, reciclando las promesas de un mejor futuro, mientras que los conflictos y problemas aumentarán de tallas y medidas y la autoridad se mostrará incapaz de ofrecer salidas dignas, viables y con escenarios distintos.
¿Por qué decimos lo que decimos? Porque como dice el poeta colombiano Fernando Vargas, desde una posición de resistencia: “El prisionero/ sólo tiene para protestar/ su propio cuerpo”. Y nosotros sólo tenemos para protestar nuestra palabra, nuestro coraje, nuestra conciencia para denunciar al fantoche, al farsante, al demagogo. Porque de lo que se trata es de recuperar la memoria para abrir la senda de un mañana que no sólo es posible sino imprescindible, se trata de construir colectivamente una visión del mundo que debe necesariamente tener en cuenta el dolor venido de décadas de barbarie y asombro, porque en México y particularmente en Guanajuato, la vida se volvió un acontecimiento extraordinario. Sobrevivir es el signo de los muchos que nada tienen y pasan los días deambulando los impuestos silencios. Vivimos una guerra de aniquilación, en la que el inocente paga con hambre, miedo y destierro. De esa guerra nace una palabra capaz de nombrar con voz propia la vida y sus sombras a cuestas: “He inventado un país de cuerpo derrochado,/ de dinamita mojada por el tiempo,/ por la lágrima mortal de los desheredados./ Un país que detenta sus misterios/ con golpes de instante e imágenes de victoria,/ un país que nace y respira/ al compás de una brújula que no marca el Norte” (Fernando Vargas, Épica del desheredado, fragmento).
Decimos lo que decimos porque expresamos la palabra que pronuncia el mundo y sus realidades, la palabra que se adueña de los ecos para hacerlos grito, para echarnos en cara todo el dolor que callamos y vendemos, todo lo que pensamos que no nos pasa, porque les pasa a otros. Como si el dolor ajeno, no fuera también nuestra propia derrota. Así, es necesario narrar el odio anidado en los hijos que no alcanzaron a nacer, huérfanos de vientres, desnutridos de amores y esperanzas. “Pero estoy aquí/ para gritar/ de frontera a frontera/ de trinchera a trinchera/ lo que la palabra reclama/ con poesía o sin ella”. Ante la realidad espeluznante, la palabra no necesita de adornos: debe ser justa, honesta, decantada de poses. Debe dibujar los surcos de la vida que es, la que pasa con los ojos en las trastiendas del alma:
“Quiero encontrar un verso/ que detenga las balas/ que inundaron de muerte/ aceras y veredas,/ las lágrimas perdidas/ de madres desmembradas/ y huérfanos sonámbulos./ Quiero encontrar un verso/ para iniciar un capítulo nuevo/ en nuestra historia” (Fernando Cely, Urabá, fragmento).
(Fuentes: a.m., 23/IX/09; Javier Montes Camarena, Diario de Colima, 27/IX/09; Daniela Saidman, argenpress, 28/IX/09).
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