El 26 de enero de 1983 fueron asesinados en Uchuraccay, provincia de Ayacucho, Perú, ocho periodistas de diversos periódicos peruanos y su guía, que habían llegado a la zona, donde actuaba Sendero Luminoso, en misión de investigación.
Los autores de la matanza fueron los militares.
Eso había que ocultarlo y el entonces presidente peruano Fernando Belaúnde Terry, violando la Constitución al sustraer la investigación de la matanza al Poder Judicial, se apresuró a convocar una comisión (tribunal de “honor”) presidida por Vargas Llosa que no tardó en concluir, contra toda evidencia, que los militares eran ajenos a la masacre de los periodistas.
Tiempo después, un juez valiente, tenaz y verdaderamente honorable, enfrentando toda clase de obstáculos, estableció lo que todos, salvo Vargas Llosa, sabían: que los autores de la masacre de los periodistas y de su guía fueron miembros de la Fuerzas Armadas.
Vargas Llosa volvió a mostrar su activismo a favor de la impunidad con un artículo (“Jugando con el fuego”) publicado en el diario francés Le Monde del 18 de mayo de 1995, traducción de un artículo publicado antes en el diario El País de España, en el que sostenía que era hora de “enterrar el pasado” en Argentina con respecto a los crímenes cometidos durante la dictadura militar, de los que fue también responsable, según él, “un amplio espectro” de la sociedad argentina.
El diario francés Le Monde publicó en su edición del 26 de mayo siguiente, tres réplicas a Vargas Llosa, una del escritor Juan José Saer, otra de la socióloga Silvia Sigal y una tercera de Alejandro Teitelbaum, en el que éste último recordaba su actuación en el caso de los periodistas peruanos asesinados, titulado precisamente “Un militante de la impunidad”.
Saer, en su artículo, comenzaba describiendo al personaje: “No voy a polemizar con Vargas Llosa, sino a restablecer algunas verdades. Su actitud de recurrir en los artículos de su autoría que he leído, a la amalgama, a la información truncada, a la petición de principio y a la pura mitomanía, impide toda discusión con él. El señor Vargas Llosa, que ha hecho de la agitación su fondo de comercio, no tiene ni la envergadura intelectual ni las garantías morales que pueden hacer de todo adversario un interlocutor válido...”.
Después que se le confirió el Nobel de la Paz a Obama, dicho premio ha perdido todo su valor simbólico y desde hace rato forma parte del aparato ideológico del sistema dominante. Esto ya lo había anticipado Sartre cuando rechazó el premio Nobel de Literatura en 1964.
(Texto de Alejandro Teitelbaum, argenpress, 12/X/10).
Por todo ello existe un fuerte componente de hipocresía en la concesión por parte del Comité noruego del premio Nobel de la Paz al preso chino Liu Xiaobo. Ni qué decir de la celebración por parte de Occidente, postrado como está a los pies del gigante comercial oriental. Resulta paradójico, asimismo, que Obama pida la liberación de Xiaobo, al haber sido premiado él con ese mismo galardón entre otras cosas por su labor para terminar con Guantánamo. Un año después ese centro de detención ilegal sigue abierto. Lo mismo en la teoría que en la práctica, dar lecciones exige dar ejemplo.
(Editorial de gara, 9/X/10).
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