La degradación ambiental. El desastre climático desborda los desequilibrios corrientes del capitalismo. El dramático impacto del calentamiento global ya es incluso reconocido por los escépticos, que durante años relativizaron la gravedad del problema. La contaminación ha obligado a presidentes, ministros y ejecutivos a discutir cómo se reduce la emisión de gases y de qué forma se reemplaza a los combustibles fósiles.
El tema es abordado por las clases dominantes ante el agravamiento de las sequías, los tsunamis, las inundaciones, los ciclones y el aumento del caudal de los ríos. La propia noción de cambio climático -que evoca una transformación gradual del medio ambiente- no expresa la vertiginosa destrucción de la biodiversidad.
En los últimos años el deshielo de los glaciares del Ártico y el incremento del nivel agua en las costas del Sudeste Asia provocaron una brusca aceleración del deterioro ambiental. Existe gran coincidencia en pronosticar que traspasado cierto punto, estas trasformaciones tendrían un efecto irreversible.
La emisión de dióxido de carbono se consuma a un ritmo que supera en un 44%, el volumen de gases que el planeta puede reabsorber. Esta desproporción va forjando una huella ecológica de creciente dimensión. La cantidad de recursos que se necesita para reproducir la vida reabsorbiendo los desechos se incrementó al doble entre 1961 y 2005. En la actualidad equivale a 1.2 planetas y en el 2030 supondría dos planetas. Otros cálculos de esta biocapacidad para reproducir las condiciones de la vida presentan resultados más alarmantes.
Es completamente falso atribuir este deterioro a la “irresponsabilidad de los hombres”, “al olvido de la naturaleza” o a las “manipulaciones de la ciencia”. La crisis ambiental es consecuencia de un sistema social asentado en el apetito por el lucro. Durante más de 200 años la competencia por la ganancia provocó la aniquilación de los recursos naturales, sin alterar la continuidad de la acumulación. Esta reproducción ha quedado amenazada en la actualidad.
El desarrollo capitalista se basa en una matriz energética de combustión de los recursos no renovables (primero carbón, luego el petróleo), que junto a la deforestación y la emisión de gases han desencadenado el recalentamiento global. La utilización del medio ambiente natural como un simple insumo de la acumulación ha conducido a la demolición progresiva de ese entorno.
En las últimas décadas el neoliberalismo acentúo estos descalabros, al propiciar una sobreproducción de mercancías basada en la utilización creciente de materias primas. La liberalización de los intercambios, la mundialización del transporte, la producción just in time y el incremento de la urbanización han acentuado el sobreuso de los recursos naturales. Particularmente nocivos son los agro-fertilizantes y los agro-carburantes.
El neoliberalismo oxigenó al capitalismo socavando los pilares materiales del sistema. Este deterioro se consumó en la carrera por aumentar la productividad reduciendo costos, incrementando la velocidad de circulación del capital y acortando el ciclo de vida de los productos.
La propia dinámica de la valorización conduce a vulnerar los límites de la naturaleza. El capitalismo se desenvuelve como una fuerza devoradora. Promueve un crecimiento ilimitado que desconoce las restricciones energéticas y materiales. Esta depredación ha sido muy visible en la utilización del petróleo. En tan solo un siglo (1930-2030) se ha dilapidado el grueso de las reservas de ese combustible. El capitalismo absorbe crecientes cantidades de todos recursos omitiendo su escasez potencial. Pero como no puede desenvolverse sin sustentos materiales esa destrucción afecta su propia continuidad.
Compromisos bloqueados. Los principales gobiernos discuten desde hace años alguna salida al deterioro ecológico. Pero todas las posibilidades de acuerdos han sido bloqueadas por la invariable negativa de las potencias a cargar con el costo de atenuar el desastre. No logran conciliar la meta de reducir el calentamiento (evitar un aumento de la temperatura de 0.7 a 2 grados centígrados). Al ritmo actual de emisiones podrían incluso irrumpir escenarios más dramáticos (4 ó 6 grados), si no se suscribe algún compromiso para disminuir la generación de los gases corrosivos.
La reunión de Copenhague concluyó peor de lo esperado, con total ausencia de objetivos o cronogramas para reducir las emisiones. Tampoco se definió cómo se distribuiría, financiaría o controlaría un eventual acuerdo. Sólo se consensuaron mecanismos de intercambio de información. El gran problema de esta parálisis radica en que la permanencia por debajo de los 2 grados del calentamiento, no se improvisa. Se requieren iniciativas que ningún gobierno está dispuesto a instrumentar.
Estados Unidos sigue apostando a trasladar el descalabro a la periferia, potenciando la injusticia climática. El mayor impacto del desastre ambiental recae desde hace años sobre los pueblos con menor responsabilidad en el problema. Las grandes sequías y contaminaciones azotan a los países que tienen escasa incidencia en la combustión global.
Estados Unidos bloquea cualquier tratado global por una simple razón: con el 5% de la población mundial utiliza el 25% de los recursos petroleros. No acepta cargar con el ajuste que le correspondería. Frustró las conferencias de la ONU (1992) y se negó a ratificar el primer convenio de restricción de las emisiones (Kyoto 1997). Los voceros de la primera potencia suelen enunciar vagas promesas de futuras autolimitaciones, mientras impulsan los agro-carburantes, las plantas nucleares y las manipulaciones genéticas.
El gigante del Norte tiende a establecer a veces alianzas con Europa y Japón contra las economías intermedias y en otras ocasiones tantea acuerdos inversos. El problema se agrava día a día, especialmente desde que las negociaciones desbordaron a la Tríada. China se ha convertido en un emisor del mismo porte que Estados Unidos (cada uno es responsable del 22% del total de gases) y se resiste a limitar su crecimiento o a considerar controles externos sobre sus emisiones. También Rusia e India son partícipes importantes de la contaminación (5% cada uno) y Brasil pesa como gran absorbente potencial del calentamiento.
Todo indica que el tema permanecerá en total irresolución, hasta que alguna devastación mayor impacte sobre los centros imperiales. El Katrina ya situó a una localidad estadounidense, en el nivel de tragedia que se vive desde años en el Océano Pacífico, Birmania o Bangla Desh. Sin embargo, esta advertencia ha sido insuficiente.
Capitalismo verde. La calamidad ambiental ha sido tradicionalmente ignorada por los economistas ortodoxos, que están incapacitados para comprender estos trastornos. A diferencia de los científicos que han seguido detalladamente la evolución del problema, oscilan entre la negación y el escepticismo. No pueden percibir el deterioro del medio ambiente desde el momento que excluyen a la naturaleza de su abordaje de la economía.
Los teóricos neoclásicos consideran que ese cimiento opera como sustento de una ilimitada circulación de flujos mercantiles. Los ortodoxos suponen que el mercado puede resolver cualquier anomalía de la ecología y como razonan en horizontes de corto plazo se despreocupan por las perturbaciones del futuro.
El grueso de los economistas heterodoxos espera soluciones de algún logro tecnológico. Las principales expectativas están puestas en los nuevos usos de la energía nuclear y en los alimentos genéticamente modificados. Con argumentos malthussianos, atribuyen la degradación ecológica al incremento de la población o a erróneos modelos de industrialización.
Una versión muy popular de este enfoque apuesta a la disipación de la contaminación, mediante la reconversión automotriz eléctrica, olvidando el agravamiento del problema que genera la propia fabricación de esos vehículos.
La carrera que ha comenzado por la búsqueda de tecnologías verdes opera como un factor de contaminación. Los keynesianos coinciden con sus adversarios neoliberales en intentar salir del laberinto ecológico con proyectos de capitalismo verde. Suponen que no exigirá inversiones desmedidas, ni reducirá el crecimiento. Los más cautelosos condicionan en cambio este éxito, a la superación de los desacuerdos entre potencias que impiden la instrumentación de los bonos eclógicos.
La aparición de estas iniciativas confirma que la degradación ambiental no será superada con leves impuestos al uso del petróleo o el carbón, ni con proyectos aventureros de captura e inyección del carbono en sitios de almacenamiento. Tampoco tiene sentido promover el uso de bicicletas, mientras se acelera la construcción de autopistas. A medida que los efectos de la contaminación se acentúan, decrece el margen para instrumentar paliativos (como limitar la deforestación) y aumenta la necesidad de reducir drásticamente la emisión de gases.
Los proyectos de capitalismo verde rehúyen estas exigencias con ilusiones mercantiles. Los ejemplos más corrientes de esta ensoñación son las campañas conservacionistas (estilo Gore), que impulsa el ambientalismo capitalista. Intentan demostrar que la polución será superada, transformando a la ecología en un gran negocio para el “desarrollo sustentable”. Especialmente las grandes empresas transnacionales están empeñadas en publicitar ahorros de energía, comidas orgánicas y experimentos con fuentes solares. Con estos mensajes buscan mercantilizar cualquier abordaje del descalabro climático.
La concreción efectiva de cualquier proyecto de capitalismo ambiental enfrenta otros obstáculos mayúsculos. Se requeriría cierta organización global de la inversión, para penalizar las ramas consumidoras de energía en favor de los sectores ahorradores y se necesitaría reorientar las finanzas hacia el crédito en tecnologías verdes. Las barreras que bloquean la implementación de estas estrategias son incontables. El impedimento más obvio es la ausencia de un poder global, capaz de imponer estas políticas de concertación a las empresas rivales de las principales potencias. El capitalismo ha registrado varias mutaciones de gran alcance en el pasado, pero no se avizoran por el momento las condiciones para un viraje de este tipo.
Crisis de civilización. El colapso ambiental presenta una dimensión superior a los temblores coyunturales (típicos de la acumulación) y a las crisis estructurales (específicas de cada etapa del capitalismo). Por esta razón no se equipara con la eclosión financiera del 2008-10, ni con los desequilibrios que generó el neoliberalismo en las últimas dos décadas.
El desastre ambiental tiende a quebrar los equilibrios ancestrales, que permitieron construir sociedades basadas en el intercambio del hombre con la naturaleza. Acompaña la irrupción de otros fenómenos que rompen estructuras inmemoriales de convivencia humana. La urbanización contemporánea es un ejemplo de estos cataclismos. Por primera vez en la historia, más del 50% de la población mundial ha quedado aglomerada en ingobernables centros urbanos.
El desastre ecológico es civilizatorio, desde el momento que involucra contradicciones seculares. Expresa, además, tendencias destructivas que escapan al control de los beneficiarios del régimen actual. Los propios capitalistas no pueden manejar los efectos que genera la primacía de la ganancia sobre cualquier otro parámetro social. Este comportamiento “zombie” ilustra cómo las monstruosidades del sistema agobian a sus propios creadores. La continuidad del capitalismo puede desembocar en un desastre sin retorno.
Las crisis históricas siempre han implicado enormes destrucciones de recursos. El capitalismo nació demoliendo a las civilizaciones circundantes y nunca pudo sustraerse a los grandes cataclismos. Se gestó durante los siglos XVII y XVIII con el pillaje de la acumulación primitiva y la expropiación de los campesinos. Introdujo un terrible nivel de devastación entre las poblaciones originarias, que sufrieron la apetencia de músculos, sangre y oro de los conquistadores. En esa época se registró la mayor masacre demográfica de la historia.
Durante la era colonial el sistema se expandió con el crimen de la esclavitud, que impuso la involución del continente africano y bloqueó el desarrollo endógeno de todas las regiones subordinadas a las metrópolis. Nadie sabe cuál es la escala del peligro actual, como tampoco eran previsibles las distintas tragedias del pasado. Pero tomando en cuenta esos precedentes, no son exageradas las advertencias de una posible hecatombe ambiental.
Temporalidades discordantes. La crisis histórico-ecológica está enlazada con el estallido financiero coyuntural y con las tensiones estructurales del neoliberalismo, pero sigue una trayectoria temporal autónoma. Procesa desequilibrios que no están sujetos a la periodicidad del ciclo corto o a las fluctuaciones largas. Únicamente en su maduración, las tensiones ecológicas podrían conectarse en forma directa con los desajustes inmediatos de la acumulación o con las tensiones de la etapa.
Pero ciertos vínculos ya cobran forma a través de dos efectos de la mundialización neoliberal: la sobreproducción de mercancías y la sub-producción de los insumos, requeridos para sostener la nueva escala de productividad global. La penuria de abastecimientos comienza a verificarse en numerosas ramas y refleja la depredación acumulativa que ha sufrido el medio ambiente. La escala de este ahogo es por el momento desconocida, pero el agotamiento de los recursos naturales generado por la producción sobrante, ya es indicativo de la gravedad del desarreglo actual.
La convulsión del capitalismo es múltiple y sus diversas aristas no se han amalgamado. Es cierto que la eclosión financiera expresa una quiebra del capital, entrelazada con signos de debacle ambiental. Sin embargo, este proceso se desenvuelve como una tendencia, que no se tradujo hasta ahora en convergencia temporal de las tres conmociones. ¿El temblor financiero del 2008-2010 marcará el inicio de esta confluencia?
La catástrofe ambiental continúa asediando al capitalismo como una amenaza en ciernes. Mantiene una discordancia paralela a los trastornos coyunturales de las finanzas, la producción y el comercio, que no han hecho eclosionar los desequilibrios estructurales del neoliberalismo. El capitalismo contemporáneo está afectado por una sucesión variada de conmociones, que se desenvuelven sin fusionarse en una crisis convergente.
Una fusión de estos puntos críticos se concretaría, por ejemplo, si la actual recesión se prolonga, no sólo bloqueando las distintas salidas al desmoronamiento financiero, sino desembocando también en una sepultura del neoliberalismo. Otra convergencia de mayor alcance se consumaría, si un gran desastre ambiental -como el descongelamiento del casquete polar del Ártico- impacta de lleno sobre el ritmo de la actividad económica.
Ecosocialismo. La resolución del problema ambiental con distintas variantes de capitalismo verde es el único horizonte avizorado por los neoliberales, los keynesianos y muchas corrientes del ecologismo militante. Estas últimas vertientes aspiran a sensibilizar a los capitalistas, para inducirlos a proteger el medio ambiente en su propia conveniencia. Suponen que los grandes empresarios y banqueros terminarán comprendiendo que el respeto a la naturaleza es indispensable para la continuidad de sus empresas. Con esa expectativa, muchas ONGs ambientalistas endulzan el negocio verde, sin cuestionar la incompatibilidad existente entre la protección ambiental y el reinado de la ganancia.
El principal mensaje de los economistas ortodoxos frente al descalabro ambiental es un llamado general al ajuste, para costear con más desempleo (y quizás menor producción) una reconversión a las tecnologías verdes. Otros defensores del orden vigente proponen inducir el decrecimiento económico y la contracción absoluta del consumo, para frenar la devastación de la naturaleza. Pero omiten la existencia de alternativas progresistas. Es perfectamente factible desenvolver modelos de crecimiento selectivo, que jerarquicen la generación de bienes sociales en desmedro de las mercancías prescindibles. Este proceso permitiría, además, sustituir paulatinamente los combustibles no renovables por la energía solar.
Las propuestas más interesantes son impulsadas por los teóricos del ecosocialismo. Han demostrado que no existe ninguna necesidad de reducir el nivel de vida de población si se redefine el significado de los bienes, diferenciando los productos necesarios de los prescindibles y creando sistemas de información que reemplacen a la publicidad. Estas iniciativas se enmarcan en la perspectiva de creciente control social de los recursos y selección popular de alternativas de producción y consumo, junto al establecimiento de formas de planificación democrática a escala global. Son ideas que contemplan un horizonte socialista de respuestas al desastre ambiental. Varios autores críticos han comenzado a difundir la necesidad de un cambio radical de las concepciones imperantes, fundamentando su visión en el concepto del “buen vivir”, que desarrollaron los pueblos originarios del continente.
En la cumbre de Copenhague más de 100 mil personas se movilizaron demandando la adopción de medidas en defensa de la naturaleza. Las marchas contaron con gran participación de jóvenes de todos los países quienes cuestionaron el socorro de los financistas. “Si el clima fuera un banco, ya lo hubieran rescatado”, gritaron los concurrentes a esas manifestaciones.
“Es lamentable que quien fue impuesto por la funesta camarilla culpable de la tragedia nacional, en vez de pedir per-dón a los mexicanos por el desastre actual siga optando por la mentira, la confrontación y la ofensa a millones de mexicanos que no se dejaron engañar, a los que llama ‘fanáticos’ porque, en uso de sus derechos y libertades, si-guen expresando su decisión de trans-formar a México por la vía pacífica. “A la mala el grupo de potentados que no piensa en el país ni le importa el destino del pueblo, se continuó con la corrupción, con la política de pillaje… “Mantengo una inquebrantable fe en la causa que defendemos y estoy conven-cido de que el cambio vendrá y no lo van a impedir ni la mafia del poder ni Salinas, ni Televisa ni Peña Nieto, ni el PRI ni el PAN ni sus voceros, ni los sembradores de veneno… “Más temprano que tarde habrá un des-pertar ciudadano y el pueblo tomará conciencia de que es más fuerte y más poderoso que sus opresores. Esos son mis principios y mi convicción”. AMLO, octubre 6, 2010
Este tono anticapitalista es el dato más prometedor de la batalla actual. Planteos de este tipo han presidido la reciente cumbre de Cochabamba (Bolivia), que reunió un importante número de militantes de 42 países. Se resolvió exigir una drástica reducción de las emisiones (50% entre 2013 y 2020), crear un Tribunal Internacional de Justicia Climática, implementar un referéndum mundial en defensa de la naturaleza y demandar transferencias de los países desarrollados hacia la periferia para saldar la deuda climática. La perspectiva ecosocialista comienza a corporizarse en movimientos populares.
(Tomado de argenpress, 7/V/10).
Notas:
Léase Fridman Thomas, “Un ataque preventivo vale la pena”, La Nación, 16/XII/09.
Consultar Tanuro Daniel: “Rapport sur le changement climatique et les taches anticapitalistes”, Inprecor n 551-552, juillet-aout 2009. Foster John Bellamy, “The vulnerable planet fifteen years” Monthly Review n 7, vol 61.
Una medición en hectáreas globales indica la existencia de una regresión de 2.7 gha (13.2 billones de global-hectáreas dividido por 6.3 billones de habitantes) en 1990, a 2.1 gha en la actualidad. Esta medida es utilizada para mensurar el grado de destrucción del planeta. La Nación, 24/XI/09.
Ver: Chesnais Francois, “Orígenes comunes de la crisis económica y la crisis ecológica” Herramienta n 41.
Vega Cantor Renan, “Crisis civilizatoria”, Herramienta n 42, octubre 2009.
Tanuro Daniel “Derrota en la cumbre, victoria en la base”, Viento Sur, 24-12-09.
Ver: Foster John Bellamy, “Capitalism in wonderland”, Monthly Review n 1, vol 61, may 2009.
Es la tesis de Gray John, “Planeta en riesgo”, La Nación, 15/XI/09.
Ver: Sachs Jeffrey, “Está naciendo un nuevo modelo de capitalismo”, Clarín, 14/II/09.
Krugman Paul, “Solución a la vista”, La Nación, 8/XII/09. Stiglitz Joseph, Clarín, 8/I/10.
Wallis Victor, “Capitalist and socialist responses to the ecological crisis” Monthly Review n 6, vol 60, november 2008
Husson Michel, “Un capitalisme vert est-il posible?”, Contretemps, n 1, 1er trimestre 2009, Paris.
Klein Naomi, “Capitalismo estilo Sara Palin”, La Nación, 4/XI/09.
Chesnais Francois, “Socialismo o barbarie: las nuevas dimensiones de una alternativa”, Herramienta n 42.
Bensaid, Daniel. Les discordance des temps. Les editions de la Passion, Paris, 1995.
Lowy Michael, “Changement climatique: Contribution au débat”, septembre-octobre 2009 n°553-554.
Acosta Alberto, “Hacia la declaración universal de los derechos de la naturaleza”, Alainet n 454, 5/IV/10.
Una crónica en: Castedo Antia, Garacía Bernat, “Perder la calle, ganar el discurso”, El País.
No hay comentarios:
Publicar un comentario