miércoles, 16 de febrero de 2011

EDITORIAL: El arco del triunfo

Vivimos una época vulgar. Puede parecer una paradoja en este tercer milenio de ciencia y tecnología, pero así es. Sufrimos tiempos anodinos en los que en las esferas de poder se asientan mediocres que, para evitar ser desplazados, se rodean de mediocres aún mayores. Es por ello que cuando sucede el relevo, el nivel intelectual, mínimo de por sí, se resiente aún más. Sólo así se entiende que la demagogia parasite la política actual con una virulencia cada vez más intensa. El Cártel de “El Barbas”, a más de un año de haber tomado posesión del poder en el municipio, se muestra cada vez más agresivo y violento: del discurso inicial de humildad y de amor y servicio al prójimo, ha pasado a su fase criminal de elevar precios y tarifas de los servicios que ofrece la autollamada autoridad municipal a los usuarios que, por casualidad, somos todos los ciudadanos. Asimismo, se viene una ola represiva en función de la profundización de la crisis económica y del desgarramiento del tejido social. Por lo pronto, ya tuvieron a bien anunciar que a) los recibos de agua experimentarán un incremento mínimo (según ellos), pero que, vendrá a mermar aun más los bolsillos de los de siempre; b) se reforzarán los operativos “de seguridad” con motivo de las ya próximas fiestas navideñas; así que, las extorsiones a los motociclistas por no portar casco, o a los que sean sorprendidos con bebidas alcohólicas en la vía pública, o a los que tengan facha de sospechosos, serán multados y/o enviados a los separos policiacos, a menos que suelten una suma de dinero que les restituya su calidad de “ciudadanos respetuosos de la legalidad”; c) la obra pública seguirá en su actual etapa, es decir, semiestancada, mientras se mantienen en desarrollo y planeación proyectos millonarios para marear al respetable con aquello de que se van a hacer inversiones cuantiosas para la prolongación y trazo de avenidas y bulevares que ayuden a desfogar el creciente tráfico vial; d) los índices de criminalidad se mantendrán en su actual espiral ascendente: de los robos y asaltos ya se ha brincado a los niveles propios de las zonas con alta actividad industrial y comercial, es decir, pandillerismo, secuestros, balaceras, encobijados y encajuelados. Sin embargo, la realidad supera cualquier pronóstico optimista: después de un año de aprendizaje de los entresijos de la función pública, los miembros del Cártel se aprestan a dar el salto final: aprovecharán el puesto que tienen para buscar seguir viviendo del erario. No es gratuito el escandalillo en que se metieron los principales miembros del Cártel del barbado jefe en su reciente apoyo de precampaña electoral al yunqueto Miguel Márquez en la llamada “reunión de amigos”. Ello es así, porque en algún lugar de la prepotencia, en el territorio inhóspito de la heroica República del Gandallismo, cuyo centro de operaciones es el despacho del propio jefe barbado del Cártel que hoy lleva las riendas del negocio municipal denominado San Francisco, S. A., en ese que pululan los energúmenos infrahumanos que investidos de cinismo se pasan las leyes bajo el Arco del Triunfo, se van forjando candidaturas, programas electoreros y apoyos económicos por debajo de la mesa a quienes desde ya han sido cobijados por el dedazo de Monseñor Juan Manuel Oliva. Pero nada es para siempre. Los héroes de hoy serán los villanos de mañana: por sus mentiras, por su tendencia a la transa y a la trácala a expensas del contribuyente, por sus políticas devastadoras y deleznables. Y la gloria excelsa de los héroes que hoy victoriosos desfilan ante la aclamación de sus apologistas –Jesús Zamora, por ejemplo, ya prepara una nueva revisión sobre la historia de San Francisco, en la que propone que la administración 2009-2012, es la que mayores logros ha obtenido en los rubros de educación, cultura, cobertura del sector salud y abatimiento de la pobreza– ha devenido en un eufemismo que describe una vulgar costumbre de la clase política que ejerce el atributo auto-conferido de burlar las leyes. Ungidos con la impunidad, esta elite aborrecible posterga, elude y burla las leyes. Hoy por hoy, el Cártel de “El Barbas” se muestra al desnudo: los políticos que manejan la empresa San Francisco, S. A., conforman la parte siniestra de la condición humana que ha derrotado a los afanes sublimes, y ahora, lo que alguna vez representó el agradecimiento y la honra del pueblo se interpreta como una vulgar costumbre de eludir las leyes y pitorrearse de ellas. Dicen los que saben, que la teoría y la práctica están separadas por un rango sinuoso y ambiguo, que en ese lapso esquivo deambulan ansias perniciosas y ambiciones perversas, que por eso, en el trayecto del pensamiento a la acción suelen distorsionarse los ideales y que es ahí donde se derrumban las utopías: el caso del contralor municipal, el denominado “tapadera del jefe Barbas”, es el caso más evidente: un individuo cuya estatura moral va en sentido inverso a su corpulencia, sujeto arribista y ladino que hizo hasta lo imposible por llegar al puesto que ocupa con la ayuda de la “oposición seria y responsable” priista, que, en los hechos, fueron chamaqueados por la zalamería y rastrerismo de este maquiavélico personaje. Y en eso consiste la estrategia del sistema capitalista: preservar su dominación en una situación de consenso de las clases oprimidas y explotadas, que simplemente son espectadoras de los juegos perversos de quienes detentan el poder. El consenso de los explotados (que Gramsci llama fase hegemónica del capitalismo) facilita el aumento de la rentabilidad del capital y reduce los costos políticos de la opresión. Para lograr el consenso, el capitalismo cuenta con sus “aparatos ideológicos”: las elites políticas y eclesiásticas, el sistema educativo, los “especialistas” de todo tipo (economistas, juristas, académicos, “politólogos”, sociólogos, historiadores, filósofos, periodistas y los medios masivos de comunicación que vehiculizan, como información, seudoanálisis, debates, entretenimientos, etc., las distintas variantes de la ideología de las clases dominantes).

(Basado en Laura M. López Murillo, argenpress, octubre 18 y 26, 2010; Iñaki Lekuona, gara, 25/X/10; Alejandro Teitelbaum, argenpress, 29/X/10).

Siempre se ha dicho que la sonrisa es lo que diferencia al ser humano de los demás seres vivos. Pero teniendo en cuenta que cada día menos gente tiene motivos para sonreír, es posible que ahora el mayor rasgo que nos diferencie de los demás animales, sea la capacidad del ser humano para sumir en la pobreza a sus congéneres de forma totalmente cruel, irracional e innecesaria. Lo cual hace paradójicamente “más humanos” al resto de los seres vivos.

Es nuestra obligación individualizar la codicia que lastra a esta sociedad, ponerle nombre, apellidos y rostro. Es nuestra obligación hacer que la codicia deje de ser anónima para que la sociedad pueda ser, algún día, de todos.

(Texto de Víctor J. Sanz, rebelión, 19/X/10).

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